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Obras completas II.pdf - la tertulia de la granja

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– Mejor es que te que<strong>de</strong>s.<br />

– Es que no estoy bien.<br />

– ¿Eh?<br />

– Que no estoy bien, en <strong>la</strong> última quincena bajé dos kilos.<br />

– ¿Dos kilos?<br />

– No estoy bien… -insistió el <strong>de</strong>sgraciado.<br />

– Mejor es que te que<strong>de</strong>s -repitió el herrero.<br />

Y ba<strong>la</strong>nceaba el hirsuto testuz. Después se fue.<br />

El 4 se <strong>de</strong>snudó y se acostó. Los compañeros se reían <strong>de</strong>l chasco.<br />

– ¿Qué tenía tu viejo?<br />

– Estaba tomado y no se acordaba…<br />

Tampoco nos sorprendió esto. El alcohol consue<strong>la</strong>, ¿verdad?<br />

“<strong>Obras</strong> <strong>completas</strong> <strong>II</strong>” <strong>de</strong> Rafael Barrett<br />

A <strong>la</strong> medianoche me <strong>de</strong>spertó un ruido familiar, y en aquel momento, no sé por qué, lúgubre. El<br />

4 tosía y escupía. La c<strong>la</strong>ridad era escasa. No se alumbraba el cuarto por espíritu <strong>de</strong> ahorro y<br />

por no tener que limpiar tubos. Me levanté y fui a <strong>la</strong> cama <strong>de</strong> enfrente. Una mano f<strong>la</strong>ca y pálida<br />

me a<strong>la</strong>rgó <strong>la</strong> salivera. Miré al fondo, estaba negro.<br />

– ¡Sangre! -dijo el niño.<br />

Murió el otro domingo. No era día <strong>de</strong> visita.<br />

EL HIJO<br />

Hace muchos años, vivía un matrimonio. Eran muy pobres, él leñador, el<strong>la</strong> <strong>la</strong>van<strong>de</strong>ra. Eran muy<br />

feos, casi horribles; el<strong>la</strong> con su enorme nariz y sus cejas <strong>de</strong> carbón, parecía una bruja; él, con<br />

su áspera pe<strong>la</strong>mbre, parecía un oso. Pero se amaban tanto, tanto, que tuvieron un niño más<br />

bello que <strong>la</strong> aurora.<br />

No se atrevían a acariciar con sus rudas manos aquel<strong>la</strong> carnecita en flor. Adoraban al hijo como<br />

a un Jesús. Le pusieron una riquísima cuna, le alimentaron con <strong>la</strong> leche <strong>de</strong> <strong>la</strong> mejor cabra <strong>de</strong>l<br />

valle. Creció, y le vistieron y ataviaron lujosamente. Besaban <strong>la</strong> huel<strong>la</strong> <strong>de</strong> sus pies, y se<br />

embriagaban con el eco <strong>de</strong> su voz. Necesitaron oro para el ídolo. El padre cortaba leña <strong>de</strong> día,<br />

y <strong>de</strong> noche se <strong>de</strong>dicaba a faenas misteriosas, hasta que le sorprendieron en el<strong>la</strong>s y le<br />

ahorcaron. La madre, cuando no <strong>la</strong>vaba en el río, pedía limosna. A veces, a lo <strong>la</strong>rgo <strong>de</strong>l camino,<br />

encontraba señores, que se <strong>de</strong>tenían al ver<strong>la</strong>, y se reían <strong>de</strong> <strong>la</strong> enorme nariz y <strong>de</strong> <strong>la</strong>s cejas <strong>de</strong><br />

carbón. “¡Bruja, móntate en este palo, y vue<strong>la</strong> al aque<strong>la</strong>rre!” Entonces <strong>la</strong> mujer hacía bufonadas,<br />

y recogía monedas <strong>de</strong> cobre.<br />

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