Obras completas II.pdf - la tertulia de la granja
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“<strong>Obras</strong> <strong>completas</strong> <strong>II</strong>” <strong>de</strong> Rafael Barrett<br />
Leopoldo, que no era ya sino el recuerdo <strong>de</strong> un suspiro humano, el eco <strong>de</strong> un hueco don<strong>de</strong><br />
hubo una sombra, contuvo el átomo <strong>de</strong> vida que aún le restaba, y miró -mirada postrera- en<br />
torno. El paisaje trajo a su memoria una <strong>de</strong> <strong>la</strong>s fotografías tomadas en el Congo. Al pie <strong>de</strong> un<br />
árbol, un negrito recién nacido dormía profundamente. No había más Dios por allí. Leopoldo<br />
entonces se disolvió en <strong>la</strong> brisa y el niño, al respirar, se sorbió al rey…<br />
Ahora el espíritu <strong>de</strong> Leopoldo, tan curiosamente reencarnado, tendrá ocasión <strong>de</strong> ampliar su<br />
experiencia, recorriendo otra <strong>de</strong> <strong>la</strong>s infinitas aristas <strong>de</strong>l poliedro universal.<br />
LOS EX REYES<br />
Entraron en el hall <strong>de</strong>l hotel, y sentaron cerca <strong>de</strong> mí. Los reconocí en seguida. Eran don Manuel<br />
y su madre doña Amelia. Parecían algo abatidos aún, pero el adolescente se acordaba <strong>de</strong> mirar<br />
a <strong>la</strong>s muchachas con el rabillo <strong>de</strong>l ojo, y doña Amelia, un poco madura, mas siempre buena<br />
moza, estaba vestida con esa elegancia inexorable <strong>de</strong> <strong>la</strong>s que, inclinadas ya sobre los bor<strong>de</strong>s<br />
<strong>de</strong>l tiempo, no se animan a separarse voluntariamente <strong>de</strong> <strong>la</strong>s vanida<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l mundo. Me hicieron<br />
el honor <strong>de</strong> dirigirme <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra. Hab<strong>la</strong>ron <strong>de</strong> <strong>la</strong> revolución portuguesa y juzgue oportuno<br />
dirigirles frases <strong>de</strong> vago consuelo.<br />
– No crea usted -dijo don Manuel-. Valía más salir <strong>de</strong> dudas. Nuestra situación ha mejorada.<br />
– Entre nuestros súbditos -dijo doña Amelia- corríamos grave peligro. Fuera <strong>de</strong> Portugal nos<br />
sentimos seguros.<br />
– Tanto más -añadí yo- cuanto que no hay tratados <strong>de</strong> extradición para los reyes caídos.<br />
– Note usted -insistió el<strong>la</strong>- que antes temblábamos hasta en el extranjero. Viajábamos bajo <strong>la</strong><br />
amenaza <strong>de</strong>l crimen, ro<strong>de</strong>ados <strong>de</strong> un ejército <strong>de</strong> policías, igual en París o Viena que en Lisboa,<br />
mientras ahora, felizmente, nadie se ocupa <strong>de</strong> nosotros…<br />
– No <strong>de</strong>ja <strong>de</strong> ser humil<strong>la</strong>nte, mamá -dijo el joven-, que por voluntad ajena, y <strong>de</strong> repente, me<br />
hayan <strong>de</strong>spojado <strong>de</strong> tantos títulos gloriosos. Yo era rey <strong>de</strong> Portugal y <strong>de</strong> los Algarves, aquen<strong>de</strong><br />
y allen<strong>de</strong> <strong>la</strong> mar <strong>de</strong>l África, señor <strong>de</strong> Guinea, <strong>de</strong> Etiopia, <strong>de</strong> Arabia, <strong>de</strong> Persia y <strong>de</strong> <strong>la</strong> India.<br />
¡Todo eso a los diecinueve años!... Y ahora no soy nada.<br />
– Los asesinos <strong>de</strong> tu padre te lo dieron, y ellos te lo quitaron.<br />
– Señor -dije yo-, ayer era usted Manuel <strong>II</strong>, pero hoy es usted Manuel. Continúa siendo alguien.<br />
– Hay muchos que se l<strong>la</strong>man Manuel.<br />
– Ninguno <strong>de</strong>stronado como usted, señor. Nadie podrá confundirle.<br />
– Lo cierto es -suspiró el honrado mozo- que yo no tengo nada que ver en lo que me ocurre.<br />
Soy tan inocente como ignorante <strong>de</strong> mi <strong>de</strong>stino. Apenas subí al trono, abandoné <strong>la</strong> música -le<br />
advierto que sé dirigir una orquesta-; amé a mi país, y me puse a confeccionar <strong>la</strong> dicha <strong>de</strong> mi<br />
pueblo. Tendí <strong>la</strong> mano a los republicanos, renuncié a <strong>la</strong> mitad <strong>de</strong> mi lista civil, fui todo lo<br />
simpático y cordial que me fue posible. Los cómplices <strong>de</strong>l asesinato <strong>de</strong> papá quedaron impunes.<br />
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