Obras completas II.pdf - la tertulia de la granja
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“<strong>Obras</strong> <strong>completas</strong> <strong>II</strong>” <strong>de</strong> Rafael Barrett<br />
Don Angel. – ¿Y los que se enriquecen en el puesto? Digo lo que el baturro: “el río no crece con<br />
agua c<strong>la</strong>ra”.<br />
Don Tomás. – Error, error y error. Saque usted al funcionario <strong>de</strong>l puesto. ¿Continuará<br />
enriqueciéndose? No. Entonces <strong>la</strong> causa no consistía en él, sino en el puesto. Un ministro se<br />
vuelve millonario automáticamente, por circunstancias <strong>de</strong> topografía social. ¿Conoce usted esa<br />
maquinita centrífuga para hacer manteca? Gira veloz, y <strong>la</strong> nata que pesa más, se acumu<strong>la</strong> en<br />
los extremos. La civilización es una enorme máquina centrífuga que acumu<strong>la</strong> el oro en <strong>la</strong>s<br />
capas superiores. No confundamos un fenómeno moral con un fenómeno físico. Seamos justos.<br />
Don Justo. – En cuanto a los bajos funcionarios, no necesitan jurar. La miseria les asegura. Por<br />
arriba <strong>la</strong>s responsabilida<strong>de</strong>s se van <strong>de</strong>legando in<strong>de</strong>finidamente, y sobre <strong>la</strong> presi<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong> <strong>la</strong><br />
República, Dios, gerente supremo <strong>de</strong> <strong>la</strong>s oficinas, cierra el esca<strong>la</strong>fón.<br />
EL BESO Y LA MUERTE<br />
Don Tomás. – El beso es peligroso. Los microbios pasan calentitos <strong>de</strong> una boca a otra.<br />
¡Cuántas enfermeda<strong>de</strong>s se inocu<strong>la</strong>n así! La difteria, <strong>la</strong> tuberculosis, el amor. No conviene<br />
tampoco apretarse <strong>la</strong> mano, hab<strong>la</strong>rse <strong>de</strong> cerca ni aglomerarse en un recinto. La proximidad <strong>de</strong>l<br />
prójimo amenaza; su aliento asesina. ¿Qué son nuestros padres, nuestra mujer? Frascos <strong>de</strong><br />
bacilos. La sociedad envenena; <strong>la</strong> familia mata. No hay caricias higiénicas, y los amantes tienen<br />
que encontrar el medio <strong>de</strong> poseerse sin tocarse. Mientras no lo encuentren, sus besos<br />
esparcirán <strong>la</strong> ponzoña en <strong>la</strong> distancia y en el tiempo. Como Adán y Eva se transmitirán su lepra<br />
y <strong>la</strong> transmitirán a sus hijos y los hijos <strong>de</strong> sus hijos, hasta <strong>la</strong> cuarta generación.<br />
Don Justo. – Ya ve usted qué sensato ha sido Dios castigando en nosotros <strong>la</strong> culpa <strong>de</strong> nuestros<br />
abuelos. El pecado se contagia y se hereda, igual que ciertas pestes. Se es pecador <strong>de</strong><br />
nacimiento, como se es herpético. La naturaleza y Dios están conformes. Acusar <strong>de</strong> injusta a <strong>la</strong><br />
naturaleza, porque me fabricó canceroso, no tiene sentido. Tampoco lo tiene acusar a Dios.<br />
Don Angel. – Puesto que Dios no existe. Pero si yo no acuso a <strong>la</strong> gran salvaje, le <strong>de</strong>c<strong>la</strong>ro <strong>la</strong><br />
guerra, y <strong>la</strong> venceré. Yo, el hombre.<br />
Don Justo. – Y ¿cómo?<br />
Don Angel. – Curándome, curándome el cáncer. ¿Qué es <strong>la</strong> civilización, sino el duelo entre <strong>la</strong><br />
naturaleza y el hombre? El vicio no es individual; es social. Ninguno <strong>de</strong> nosotros es el<br />
responsable; lo somos todos. Los gérmenes morbosos, lo mismo los que <strong>de</strong>sorganizan el<br />
cuerpo que los <strong>de</strong>sorganizan el espíritu, circu<strong>la</strong>n, flotan, penetran y rara vez hieren al que los ha<br />
producido. Son anónimos; forman un ambiente, y en ellos no hay nada personal. La casualidad<br />
<strong>de</strong> un contacto me comunica <strong>la</strong> podredumbre <strong>de</strong> un miserable. ¿Y qué? Habría injusticia si yo<br />
fuera inocente, si yo fuera mejor; pero soy como él un pedazo humano, un hueco <strong>de</strong> carne<br />
don<strong>de</strong> llovieron los siglos, y que no manifiesta <strong>la</strong> milésima parte <strong>de</strong> lo que oculta. La ilusión <strong>de</strong><br />
que po<strong>de</strong>mos juzgarnos es <strong>la</strong> más dañina <strong>de</strong> nuestras ilusiones. ¿Cómo seré inocente don<strong>de</strong> no<br />
hay culpables? No hay inocentes ni culpables; sólo hay <strong>de</strong>sgraciados, y el único recurso que<br />
tenemos contra el <strong>de</strong>stino es disminuir nuestra ignorancia. ¿Para qué con<strong>de</strong>nar? Basta<br />
apren<strong>de</strong>r, enseñar y curar.<br />
Don Justo. – Los gérmenes flotan, dice usted; ¿<strong>de</strong> dón<strong>de</strong> salieron? ¿Por qué no hemos <strong>de</strong><br />
buscar los focos?<br />
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