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Obras completas II.pdf - la tertulia de la granja

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“<strong>Obras</strong> <strong>completas</strong> <strong>II</strong>” <strong>de</strong> Rafael Barrett<br />

clínica? ¿Cree usted que el instinto <strong>de</strong> conservación que nos impulsa a separar, a <strong>de</strong>spedir <strong>de</strong><br />

nuestra sociedad ciertas monstruosida<strong>de</strong>s, no es tan real y tan práctico, o más, que su instinto<br />

<strong>de</strong> crítica y <strong>de</strong> especu<strong>la</strong>ción? Antes <strong>de</strong> c<strong>la</strong>sificar a <strong>la</strong>s víboras, se les ap<strong>la</strong>sta.<br />

Don Tomás. – ¡Bueno, bueno! Dec<strong>la</strong>remos culpables a los monstruos. Procesemos a los fetos<br />

<strong>de</strong> tres piernas. Confiéseme usted, no obstante, que si no se tratara <strong>de</strong> altos señores no se<br />

mostraba usted romántico a tal punto. Un homosexual sin pretensiones, <strong>de</strong> Montmartre o <strong>de</strong>l<br />

Lceo Rius, no <strong>de</strong>spertaría en usted <strong>la</strong> aversión bíblica, ¡qué bíblica!, apocalíptica <strong>de</strong> que hab<strong>la</strong>.<br />

Recuerdo que los Lorrain y los Ver<strong>la</strong>ine han encontrado en usted mayor indulgencia. Pero <strong>la</strong><br />

ignominia <strong>de</strong> Moltke, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> <strong>la</strong> <strong>de</strong>l príncipe <strong>de</strong> Eulenburg y <strong>de</strong> los colosales robos <strong>de</strong><br />

Poldbiesky, le exalta a usted. Es que Moltke y Eulenburg y Poldbiesky eran los acólitos <strong>de</strong> un<br />

po<strong>de</strong>r estupendo, los monopolizadores <strong>de</strong> un mangoneo nacional, los íntimos <strong>de</strong>l káiser. El caso<br />

Wil<strong>de</strong> para usted es un caso; el <strong>de</strong> Moltke un argumento. Y si algún día, el mismo Guillermo…<br />

¿eh? ¡Qué triunfo, don Angel! Pediría usted <strong>la</strong> pena capital…<br />

Don Angel. – ¿Y qué?<br />

Don Tomás. – ¿Cómo y qué? Usted, el apóstol <strong>de</strong> <strong>la</strong> equidad, ¿juzgaría según <strong>la</strong>s personas?<br />

¿Pesaría los <strong>de</strong>litos, si <strong>de</strong>lito hay, con dos ba<strong>la</strong>nzas?<br />

Don Angel. – Naturalmente. El fenómeno individual será idéntico; el social es diferente y lo<br />

social es lo que interesa. Acusemos al rico, porque es más temible que el pobre. Acusemos al<br />

educado y al instruido, porque son más peligrosos que el rudo. Un bandido, indigente y<br />

vagabundo, es excusable; quizá tenga razón en lo que ejecuta. Pero sí el bandido está sentado<br />

en un trono, hay que bajarlo a tiros.<br />

Don Tomás. – Noventa y tres.<br />

Don Angel. – Está usted corrompido por <strong>la</strong> ciencia…<br />

Don Tomás. – Corrompido ingenuamente, se lo aseguro. Corrupción cómoda. ¿Tanto le<br />

molestan a usted el telégrafo y los rayos X?<br />

Don Angel. – No me refiero a esos juguetes, sino al espíritu. A usted le parecen sujetos<br />

semejantes Moltke y Wil<strong>de</strong> porque es usted un sabio. A mí me parecen distintos porque soy un<br />

hombre. La ciencia analiza, es <strong>de</strong>cir, <strong>de</strong>struye. Falsea, puesto que aís<strong>la</strong>. Miente, puesto que<br />

<strong>de</strong>scompone.<br />

Don Tomás. – ¡Qué quiere usted, don Angel!, compren<strong>de</strong>r es <strong>de</strong>scomponer… ¿Nos<br />

amputaremos el cerebro para pensar mejor? Noto que caemos en nuestra sempiterna disputa<br />

metafísica. Tornemos a Moltke.<br />

Don Angel. – Tornemos. ¿Leyó usted <strong>la</strong> <strong>de</strong>c<strong>la</strong>ración <strong>de</strong> <strong>la</strong> esposa? ¡Qué ferocidad!<br />

Don Tomás. – Estas Walkyrias no perdonan que un marido <strong>la</strong>s respete tan profundamente.<br />

Don Angel. – ¡Y sigue <strong>la</strong> racha!<br />

REGICIDIOS<br />

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