Obras completas II.pdf - la tertulia de la granja
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“<strong>Obras</strong> <strong>completas</strong> <strong>II</strong>” <strong>de</strong> Rafael Barrett<br />
Llegamos a casa, me encerré en mi cuarto, encendí <strong>la</strong> lámpara y coloqué al viejo liliputiense<br />
sobre <strong>la</strong> mesa. Hizo un gesto <strong>de</strong> espanto y <strong>de</strong> aversión a <strong>la</strong> luz, y se <strong>de</strong>splomó agotado. El<br />
chasquido <strong>de</strong> sus huesecillos contra <strong>la</strong> ma<strong>de</strong>ra me conmovió hondamente. Corrí por un pañuelo<br />
<strong>de</strong> seda que me suelo poner al cuello y que doblé, y sobre el cual acosté al <strong>de</strong>sgraciado,<br />
ovillándole <strong>de</strong> <strong>la</strong> misma pieza una almohadita. Le acomodé al <strong>la</strong>do <strong>de</strong> una cuchara en equilibrio,<br />
llena <strong>de</strong> leche. Entonces levantó <strong>la</strong>s manos en a<strong>de</strong>mán solemne <strong>de</strong> agra<strong>de</strong>cimiento, <strong>de</strong> plegaria<br />
o <strong>de</strong> bendición: el manto se entreabrió, y un cuerpo f<strong>la</strong>co y liso, <strong>de</strong> tonos <strong>de</strong> marfil, apareció un<br />
instante. Tal vez se hubiera reído alguien <strong>de</strong> tanta miseria microscópica. Yo no tomé al viejecito<br />
por una caricatura <strong>de</strong> <strong>la</strong> humanidad, sino por <strong>la</strong> humanidad misma, y su actitud me pareció tan<br />
grandiosa y patética como si <strong>la</strong> hubiera contemp<strong>la</strong>do en <strong>la</strong> estatua <strong>de</strong> un Dios.<br />
El hombre se tendió <strong>de</strong> <strong>la</strong>rgo a <strong>la</strong>rgo, y se quedó dormido. Le abrigué todavía y le examiné sin<br />
miedo a molestarle. El matiz <strong>de</strong> su piel era dorado, sus facciones finísimas, ligeramente<br />
asiáticas. Su pecho palpitaba suavemente, y yo, penetrado <strong>de</strong> ansiedad curiosa y <strong>de</strong> in<strong>de</strong>finible<br />
respeto, no me cansaba <strong>de</strong> mirar <strong>la</strong>s órbitas don<strong>de</strong> se recortaba un doble círculo <strong>de</strong> preñadas<br />
tinieb<strong>la</strong>s, y <strong>la</strong> frente, bril<strong>la</strong>nte y menudísima cúpu<strong>la</strong>, bajo <strong>la</strong> cual habitaba <strong>la</strong> inmensidad <strong>de</strong>l<br />
pensamiento.<br />
----------<br />
Han transcurrido diez días. Alberico y yo somos amigos. He hecho mal en l<strong>la</strong>marle así, pues no<br />
le mueven ambiciones por el estilo <strong>de</strong> <strong>la</strong>s nuestras; no busca el oro ni forja espadas; mas no me<br />
animé a quitarle este nombre ameno. A. Alberico le sienta bien <strong>la</strong> leche. Cuando me enteré <strong>de</strong><br />
que era vegetariano, añadí al menú una almendra partida o un pedacito <strong>de</strong> naranja. Sus <strong>de</strong>más<br />
necesida<strong>de</strong>s no son fastidiosas. Vive sobre mi mesa, y conversamos mucho. El medio principal<br />
<strong>de</strong> enten<strong>de</strong>rnos consiste en una hoja <strong>de</strong> papel b<strong>la</strong>nco; Alberico empuña un trozo <strong>de</strong> mina <strong>de</strong><br />
lápiz, y empieza <strong>la</strong> char<strong>la</strong>, interminable, secreta. Yo bajo sigilosamente <strong>la</strong> voz, él <strong>la</strong> alza un<br />
poco, y nadie sospecha nada.<br />
Quise al principio apren<strong>de</strong>r su lenguaje, pero no tardé en darme cuenta <strong>de</strong> que Alberico es<br />
incomparablemente más listo que yo. Él fue quien aprendió con velocidad vertiginosa <strong>la</strong>s tres<br />
cuartas partes <strong>de</strong> nuestro vocabu<strong>la</strong>rio usual. Sin duda, lo <strong>de</strong>be al prodigio <strong>de</strong> su memoria<br />
fonética; no obstante, nuestro recurso <strong>de</strong>cisivo está en <strong>la</strong>s figuras. Alberico dibuja con precisión<br />
y rapi<strong>de</strong>z que atur<strong>de</strong>n, a pesar <strong>de</strong> esforzarse en agrandar los diagramas para facilitarme su<br />
lectura. Esta gimnasia no le fatiga <strong>de</strong>masiado. Él se lo hace todo. Pinta y explica, interroga;<br />
contesto y jamás olvida. Me brinda el camino para ir hasta él; en efecto, no le costaría<br />
comunicárseme con <strong>la</strong> so<strong>la</strong> ayuda <strong>de</strong>l lápiz. La expresión <strong>de</strong> cuanto retrata admira. Vacilo en<br />
calificarlo <strong>de</strong> arte, porque los diseños, con su intensa expresión y todo, no son sintéticos, sino<br />
analíticos. Sigieren conceptos abstractos a <strong>la</strong> vez que escenas vivas. Las imágenes <strong>de</strong> Alberico<br />
son signos, metáforas, razonamientos. Filosofía bosquejando objetos y paisajes familiares.<br />
¿Cómo entrar en psicologías sin reproducir <strong>la</strong> colección preciosa que guardo en mis cajones?<br />
Agregaré so<strong>la</strong>mente que el idioma <strong>de</strong> Alberico es <strong>de</strong> una variedad suntuosa y musical, inspirada<br />
y continua; induzco que <strong>la</strong>s formas estéticas, para nosotros excepcionales y <strong>de</strong>sprovistas <strong>de</strong><br />
contenido i<strong>de</strong>ológico universal, sirven a Alberico y a los <strong>de</strong> su raza como vehículo <strong>de</strong> i<strong>de</strong>as<br />
puras y <strong>de</strong> sensaciones plásticas a un tiempo.<br />
¿Qué me ha dicho Alberico? Tales cosas, que voy creyendo que el enano soy yo, y el gigante,<br />
él. Des<strong>de</strong> que mi alma está en contacto con <strong>la</strong> suya, el mundo se ha ensanchado y embellecido.<br />
Pero es <strong>la</strong>rgo <strong>de</strong> contar. Comenzaré en <strong>la</strong> carta próxima.<br />
----------<br />
Laguna Porá, julio <strong>de</strong> 1907.<br />
Cualquiera que entrara en mi cuarto (forzando <strong>la</strong>s puertas) cuando conferencio con Alberico, se<br />
asombraría primero y se echaría a reír <strong>de</strong>spués, al verme sentado a <strong>la</strong> mesa ante un viejecito<br />
que si se empina sobre el<strong>la</strong> no alcanza a mi hombro. Alberico tiene exactamente, según he<br />
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