Obras completas II.pdf - la tertulia de la granja
Obras completas II.pdf - la tertulia de la granja
Obras completas II.pdf - la tertulia de la granja
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
“<strong>Obras</strong> <strong>completas</strong> <strong>II</strong>” <strong>de</strong> Rafael Barrett<br />
<strong>de</strong>sfigura. Un vago instinto estético <strong>de</strong>sorienta al transeúnte, que al encontrar una mujer chic no<br />
sabe si calificar<strong>la</strong> <strong>de</strong> divina o <strong>de</strong> horrible.<br />
¡Infinita docilidad <strong>de</strong> <strong>la</strong>s masas! ¡Ah, esos sombreros! No hablo <strong>de</strong>l casco b<strong>la</strong>ndo, gorro<br />
siniestro, lúgubre vendaje, no. Hablo <strong>de</strong>l aparato cilíndrico o tronco-cónico, <strong>de</strong>l vasto tiesto<br />
invertido, media barrica, cazue<strong>la</strong>, pero sin mango, campana en que se pier<strong>de</strong> como un badajo <strong>la</strong><br />
resignada cabecita <strong>de</strong> <strong>la</strong> mujer. ¿Cómo insta<strong>la</strong>n <strong>la</strong>s mártires tal caparazón sobre sí? El diámetro<br />
<strong>de</strong> <strong>la</strong> tapa<strong>de</strong>ra es triple <strong>de</strong>l <strong>de</strong> sus cráneos. ¿De qué rellenan el hueco? ¿Con qué pernos fijan<br />
al contenido el continente? Sólo nos es dado divisar, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> fuera, <strong>la</strong>s <strong>la</strong>rgas puntas metálicas<br />
<strong>de</strong>l andamiaje interior. ¡Pobres mujercitas! Su cuello no se dob<strong>la</strong>. Y nos dan ganas <strong>de</strong><br />
acercarnos compasivamente a el<strong>la</strong>s, <strong>de</strong> agacharnos a <strong>la</strong> sombra <strong>de</strong> <strong>la</strong> cúpu<strong>la</strong> grotesca que <strong>la</strong>s<br />
aís<strong>la</strong>, y <strong>de</strong> cerciorarnos <strong>de</strong> si sus ojos están allí, siempre allí. Y allí están, solitos, abiertos en <strong>la</strong><br />
oscuridad.<br />
Gracias que los cuatro o seis dictadores tan religiosamente acatados en toda <strong>la</strong> redon<strong>de</strong>z <strong>de</strong>l<br />
globo no han or<strong>de</strong>nado todavía que <strong>la</strong>s damas duerman con el sombrero puesto… ¿Sombrero?<br />
Me objetaran que con él se cubren <strong>la</strong>s cabezas. Pero esas cabezas, ¿son cabezas?<br />
FRUTOS DEL TIEMPO<br />
Me han tomado <strong>de</strong> medio a medio los trastornos <strong>de</strong>l sur, <strong>la</strong>s idas y venidas <strong>de</strong> revolucionarios y<br />
gubernistas. El primer combate <strong>de</strong> Laureles me hizo temer una campaña sangrienta; el<br />
segundo, en que cerca <strong>de</strong> dos mil hombres se batieron muchos días, sin que llegaran a dos<br />
docenas <strong>la</strong>s bajas, me dio el alegrón <strong>de</strong> ver que los paraguayos no son maestros en el triste<br />
arte <strong>de</strong> matar. Las persecuciones se llevaron con pintoresca lentitud. Se churrasqueó bastante;<br />
los barcos varaban. Lo que ahora <strong>de</strong>seo con toda el alma, es que los colorados no se metan en<br />
más aventuras, y vuelvan al país, si pue<strong>de</strong>n, a trabajar tranquilos. Por aquí, se hab<strong>la</strong> <strong>de</strong><br />
fusi<strong>la</strong>mientos y <strong>de</strong>gollinas, aunque insignificantes, y <strong>de</strong> vecinos <strong>de</strong>spojados. La guerra es<br />
ambiente <strong>de</strong> <strong>de</strong>lito, y me extraña que no haya habido mayores atropellos. También asomó un<br />
comercio no incluido en <strong>la</strong> estadística: el <strong>de</strong> animales arreados a diestra y siniestra. Las fugas al<br />
monte, <strong>la</strong>s al<strong>de</strong>as don<strong>de</strong> no quedan sino mujeres asustadas, no son novedad. En tiempo <strong>de</strong><br />
paz, los jefes políticos equivalen a una revolución permanente.<br />
Pues bien, para mí, lo extraordinario, durante estos dos meses <strong>de</strong> prueba, es que los argentinos<br />
resi<strong>de</strong>ntes en La Asunción se hayan reunido y se hayan preguntado a sí mismos “si tienen<br />
<strong>de</strong>recho a ap<strong>la</strong>udir o censurar los actos <strong>de</strong> su gobierno”.<br />
Los argentinos geniales que se formaron atacando <strong>de</strong>s<strong>de</strong> fuera <strong>de</strong> su patria <strong>la</strong> tiranía <strong>de</strong> Rosas,<br />
se habrán estremecido en sus tumbas.<br />
Pero si <strong>la</strong> pregunta nos llena <strong>de</strong> asombro, <strong>la</strong> respuesta votada nos sumerge en los abismos <strong>de</strong>l<br />
estupor:<br />
“Los ciudadanos argentinos no tienen <strong>de</strong>recho a protestar o ap<strong>la</strong>udir, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> país extranjero, los<br />
actos <strong>de</strong> su país (¡qué gramática, por los dioses!)”.<br />
Dígame el discreto lector, si no es inexplicable que haya, a fines <strong>de</strong> 1909, un grupo <strong>de</strong> personas<br />
cultas ocupadas en negarse a sí propias lo que ha costado cinco siglos <strong>de</strong> esfuerzos comunes.<br />
-¡Ciudadanos así son los que nos hacen falta!- pensaría Alfonso X<strong>II</strong>I o el zar Nicolás <strong>II</strong>,<br />
merecidamente <strong>de</strong>spreciados, infamados y ejecutados en efigie por <strong>la</strong> libre crítica internacional.<br />
186