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ANGEL PITOU

Angel Pitou tercer libro sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas

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Por eso en una reunión en que se pedían los estados de gastos, un consejero,<br />

sirviéndose del equívoco, dijo:<br />

«No son los estados particulares los que se necesitarían, sino los Estados<br />

Generales.»<br />

La chispa cayó sobre la pólvora; ésta se inflamó y produjo un incendio.<br />

Cada cual repitió la frase del consejero, y se pidieron a gritos los Estados<br />

Generales.<br />

La corte fijó la apertura de los Estados Generales para el 1° de mayo de 1789.<br />

El 24 de agosto de 1788, el señor de Brienne se retiró: era otro que había<br />

manejado la hacienda con bastante ligereza.<br />

Pero al retirarse, por lo menos, dio un consejo bastante bueno: recomendaba que<br />

se llamase a Necker.<br />

Necker volvió al ministerio, y se respiró con más confianza.<br />

Sin embargo, la gran cuestión de los tres órdenes se debatía en toda la nación.<br />

Siéyés publicaba su famoso folleto sobre el Tercer Estado.<br />

El Delfinado, cuyas cortes se reunían a pesar del gobierno, acordaba que la<br />

representación del Tercer Estado fuera igual a la de la nobleza y del clero.<br />

Se rehizo una asamblea de los notables, que duró treinta y dos días, es decir,<br />

desde el 6 de noviembre al 8 de diciembre de 1788.<br />

Esta vez Dios intervino: cuando el látigo de los reyes no basta, el de Dios silba a<br />

su vez en el aire y hace marchar a los pueblos.<br />

El invierno llegó acompañado del hambre.<br />

Esta última y el frío abrieron las puertas al año 1789.<br />

París se llenó de tropas y las calles de patrullas.<br />

Dos o tres veces se cargaron las armas delante de la multitud que se moría de<br />

hambre.<br />

Después, cuando fue necesario servirse de ellas, no se usaron.<br />

Cierta mañana, el 26 de abril, cinco días antes de la apertura de los Estados<br />

Generales, un nombre circuló en la multitud.<br />

Este nombre iba acompañado de maldiciones, tanto más pesadas cuanto que era<br />

el de un obrero enriquecido.<br />

Reveillon, según se asegura, Reveillon, el director de la famosa fábrica de papel<br />

del arrabal de San Antonio, había dicho que era necesario rebajar a quince<br />

sueldos el jornal de los obreros.<br />

Esta era la verdad.<br />

La corte, se añadía, proponíase concederle el cordón negro, es decir, de la orden<br />

de San Miguel.<br />

Esto era lo absurdo.<br />

En los motines siempre circula algún rumor absurdo; y es de notar que por este<br />

rumor, sobre todo, se producen aquéllos, y aumentan hasta convertirse en<br />

revolución.<br />

La multitud confecciona un maniquí, le bautiza con el nombre de Reveillon, le<br />

reviste del cordón negro, le prende fuego delante de la puerta del mismo<br />

individuo, y acaba de quemarle en la plaza de la Casa Ayuntamiento a los ojos de<br />

las autoridades municipales, que miran como arde.

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