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ANGEL PITOU

Angel Pitou tercer libro sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas

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solamente los fusiles de sus enemigos los ingleses, sino también los cañones de<br />

su abuelo Luis XIV.<br />

Esta verdad impresionó dolorosamente al abate, que murmuró:<br />

—Circumdedisti me hostibus meis.<br />

—Sí, señor abate —dijo Pitou—, es verdad; pero solamente de vuestros<br />

enemigos políticos, porque nosotros no odiamos en vos sino al mal patriota.<br />

—¡Imbécil! —exclamó el abate en un momento de exaltación que le comunicó<br />

cierta elocuencia—. ¡Absurdo y peligroso imbécil! ¿Quién de nosotros dos es el<br />

buen patriota: yo, que quiero guardar las armas de la patria, o tú, que las pides<br />

para la discordia y la guerra civil? ¿Quién de los dos es el buen hijo: yo, que<br />

solamente deseo el olivo para festejar a nuestra madre común, o tú, que buscas el<br />

hierro para desgarrar su seno?<br />

El alcalde volvió la cabeza para ocultar su emoción, y al mismo tiempo fijó en el<br />

abate una mirada como si quisiera decir:<br />

—¡Muy bien!<br />

El teniente alcalde, nuevo Tarquino, derribó algunas flores con su bastón.<br />

Ángel quedó desconcertado, visto lo cual por sus dos subalternos, fruncieron el<br />

ceño.<br />

Solamente Sebastián, el niño espartano, se mostró impasible, y acercándose a<br />

Pitou preguntóle:<br />

—¿De qué se trata, Pitou?<br />

Este último se lo explicó en dos palabras.<br />

—¿Está firmada la orden? —preguntó el niño.<br />

—Por el ministro y el general Lafayette, y la escritura es de tu padre.<br />

—Pues, entonces —preguntó Sebastián con altivez—, ¿por qué se vacila en<br />

obedecer?<br />

Y en las pupilas dilatadas del niño, en sus labios temblorosos y en la rigidez de<br />

su frente reveló el implacable espíritu dominante de las dos razas que le habían<br />

creado.<br />

El abate, al oír las palabras que pronunciaba la boca de aquel niño, estremecióse<br />

y bajó la cabeza.<br />

—¡Tres generaciones de enemigos contra nosotros! —murmuró.<br />

—Vamos, señor abate —dijo el alcalde—; es preciso obedecer.<br />

El abate dio un paso, estrujando las llaves que llevaba pendientes de la cintura,<br />

sin duda por un resto de costumbre monástica.<br />

—¡No, mil veces no! —exclamó—. Esa no es mi propiedad, y esperaré la orden<br />

del dueño.<br />

—¡Ah, señor abate! —dijo el alcalde, que no podía menos de manifestar su<br />

desaprobación.<br />

—Eso es rebeldía —dijo Sebastián al sacerdote—. Ved lo que hacéis.<br />

—Tu quoque! —murmuró el abate, cubriéndose con su sotana para imitar el<br />

ademán de César.<br />

—Vamos, vamos, señor abate, estad tranquilo, porque esas armas quedarán bien<br />

colocadas al servicio de la patria —dijo Pitou.<br />

—¡Cállate, Judas! —contestó el abate—. Si has vendido a tu antiguo maestro, lo<br />

mismo venderías a tu patria.

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