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ANGEL PITOU

Angel Pitou tercer libro sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas

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siquiera. Hacía dos años que su padre había muerto y nadie se había acordado de<br />

él. Si no hubiera sido tomada la Bastilla, probablemente habría sucedido lo<br />

mismo hasta su muerte.<br />

White era un anciano de sesenta años; pronunciaba con acento extranjero<br />

palabras incoherentes. A las preguntas que se le dirigían contestaba que no sabía<br />

cuánto tiempo llevaba preso ni la causa por la que lo había sido. Recordaba que<br />

era primo de M. de Sartines y nada más. Un llavero llamado Guyon había visto,<br />

en efecto, a M. de Sartines entrar una vez en el calabozo de White y hacerle<br />

firmar un documento; pero el preso había olvidado por completo esta<br />

circunstancia.<br />

Tavernier era el más viejo de todos llevaba diez años de reclusión en las islas de<br />

Santa Margarita y treinta de cautividad en la Bastilla: era un anciano de noventa<br />

años, con los cabellos y la barba blancos. La oscuridad había casi apagado sus<br />

ojos y no veía sino como a través de una nube. Cuando el pueblo entró en su<br />

encierro, no comprendió lo que iba a hacer allí; cuando le hablaron de libertad<br />

meneó la cabeza, y, en fin, cuando le dijeron que había sido tomada la Bastilla<br />

dijo:<br />

—¡Oh, oh! ¿Qué dirán de esto el rey Luis XV, madame de Pompadour y el duque<br />

de la Vrilliére?<br />

Tavernier no estaba loco como White, sino idiota.<br />

La alegría de estos hombres era terrible de ver, porque clamaba venganza: tanto<br />

era lo que se parecía al espanto. Dos o tres parecían a punto de expirar en medio<br />

de aquel tumulto compuesto de cien mil clamores reunidos; pues, desde que<br />

habían entrado en la Bastilla, nunca escucharon más voz humana que la suya, y<br />

estaban únicamente acostumbrados a los ruidos lentos y misteriosos de la madera<br />

que cruje con la humedad, a la araña que teje su tela produciendo un sonido<br />

semejante al de una péndola invisible o al de la rata asustada que roe y se escapa.<br />

En el momento en que Gilberto se presentó, los más entusiastas propusieron<br />

llevar a los prisioneros en triunfo: proposición que fue aceptada por unanimidad.<br />

Resonaron los gritos de: «¡A la Casa Ayuntamiento! ¡A la Casa Ayuntamiento!»<br />

y Gilberto se vio levantado en los hombros de veinte personas a la vez.<br />

En vano quería resistirse el doctor, en vano Billot y Pitou distribuyeron a sus<br />

hermanos de armas los más vigorosos puñetazos; la alegría y el entusiasmo<br />

habían endurecido la epidermis popular. Puñetazos, culatazos, golpes con el<br />

regatón de las picas, parecían a los vencedores suaves como caricias, y sólo<br />

sirvieron para aumentar su frenesí.<br />

El doctor Gilberto no tuvo más remedio que dejarse levantar sobre el pavés.<br />

El pavés era una tabla en medio de la cual se había plantado una lanza para que<br />

sirviera de punto de apoyo al triunfador.<br />

El doctor dominó aquel océano de cabezas que ondulaba desde la Bastilla hasta<br />

el arco de San Juan, mar proceloso, cuyas olas se llevaban a los presos<br />

triunfadores entre picas, bayonetas y armas de toda clase, de toda forma y de toda<br />

época.<br />

Pero al mismo tiempo que a ellos, aquel océano terrible e irresistible arrastraba<br />

también otro grupo, tan compacto que parecía una isla.<br />

Este grupo era el que conducía preso a de Launay.

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