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ANGEL PITOU

Angel Pitou tercer libro sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas

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—Sin duda, aquel que era siempre tan duro con todo el mundo y tan cortés con<br />

Catalina.<br />

—Precisamente, —contestó Pitou—, un tratante horrible, una segunda<br />

sanguijuela del pueblo francés, la execración del género humano, la vergüenza<br />

del mundo civilizado, como dice el virtuoso Loustalot.<br />

—¿Qué más, qué más? —preguntó Billot.<br />

—Es verdad —replicó Pitou—, ad eventum festina, lo cual quiere decir,<br />

apreciáble señor Billot: apresura el desenlace. Continúo, pues: aquel hombre<br />

llega al club de las Virtudes muy sofocado, gritando: «¡He hallado a Foulon, he<br />

hallado a Foulon, le he descubierto!» A estas palabras contestó un grito inmenso.<br />

—¡Se engañaba! —dijo Billot, que era duro de cabeza.<br />

—No me engañaba, puesto que le he visto.<br />

—¿Tú le has visto, Pitou?<br />

—Con mis propios ojos. Esperad.<br />

—¡Ah! Escuchad, que yo también tengo bastante calor. Os digo, pues, que se<br />

había hecho pasar por muerto, mandando enterrar a uno de sus criados en su<br />

lugar; mas, por fortuna, la Providencia velaba.<br />

—¡Vamos, la Providencia! —dijo desdeñosamente Billot— émulo de Voltaire.<br />

—Quería decir la nación —replicó Pitou con humildad—. Aquel buen<br />

ciudadano, aquel patriota que daba la noticia, había reconocido a Foulon en Viry,<br />

donde se hallaba oculto.<br />

—¡Ah, ah!<br />

—Y, habiéndole reconocido, le denunció. El síndico, un tal Rappe, mandó<br />

detenerle en el acto.<br />

—Y ¿cómo se llama ese bravo patriota que tuvo valor para cometer semejante<br />

acto?<br />

—¿Denunciar a Foulon?<br />

—Sí.<br />

—Pues bien: se llama señor San Juan.<br />

—¿San Juan? Ese es nombre de lacayo.<br />

—¡Ya lo creo, como que es el lacayo de ese pícaro Foulon! ¡Toma, aristócrata!<br />

Te está bien empleado, por tener lacayos.<br />

—Pitou —dijo Billot acercándose al mozo—, me interesa lo que dices.<br />

—Sois muy bondadoso, señor Billot. Pues ya tenemos a Foulon denunciado y<br />

detenido. Ahora le conducen a París, y el denunciador va delante publicando la<br />

noticia, para recibir el premio de la denuncia, tanto que, detrás de él, Foulon ha<br />

llegado a la barrera.<br />

—¿Y es allí donde le has visto?<br />

—Sí. Tenía un aire muy extraño, y le habían puesto un collar de ortigas en lugar<br />

de corbata.<br />

—¿Ortigas? Y ¿por qué esto?<br />

—Porque ha dicho, según parece, el muy bribón, que el pan era para los<br />

hombres, y el heno para los caballos, pero que las ortigas eran bastante buenas<br />

para el pueblo.<br />

—¿Ha dicho eso el miserable?<br />

—¡Pardiez! Sí que lo ha dicho, señor Billot.

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