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ANGEL PITOU

Angel Pitou tercer libro sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas

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—¿Qué hablabais, pues, de los peligros que Su Majestad corre? —preguntó<br />

Lafayette asombrado.<br />

—Venid, general, venid —exclamó Gilberto—, vos mismo juzgaréis.<br />

Lafayette continúa su marcha, y la guardia nacional entra en Versalles a tambor<br />

batiente.<br />

A los primeros redobles que se oyen en Versalles, el rey siente que le tocan<br />

respetuosamente en el brazo.<br />

Vuelve la cabeza y ve a la condesa de Charny.<br />

—¡Ah! ¡Sois vos, señora! ¿Qué hace la reina?<br />

—Señor, la reina os suplica que marchéis sin aguardar a los parisienses. A la<br />

cabeza de vuestros guardias y soldados del regimiento de Flandes pasaréis por<br />

todas partes.<br />

—¿Opináis así, señor de Charny? —preguntó el rey.<br />

—Sí, señor, si de paso atravesáis la frontera: si no...<br />

—¿Qué?<br />

—Será mejor quedarse.<br />

El rey movió la cabeza y se quedó, no porque tuviese valor para ello, sino porque<br />

no tenía fuerza para marchar.<br />

Y murmuró en voz muy baja:<br />

—¡Un rey fugitivo! ¡Un rey fugitivo!<br />

Y, volviéndose hacia Andrea, añadió:<br />

—Id a decir a la reina que marche sola.<br />

Andrea salió para cumplir con la orden.<br />

Cinco minutos después, la reina entró y colocóse junto al rey.<br />

—¿A qué venís aquí, señora? —preguntó Luis XVI.<br />

—A morir con vos, caballero —contestó la reina.<br />

—¡Ah! —murmuró Charny—. Ahora es cuando está verdaderamente hermosa.<br />

La reina se estremeció, pues había oído.<br />

—Creo, en efecto —dijo mirándole—, que mejor sería morir que vivir.<br />

En aquel momento, la guardia nacional tocaba los tambores debajo de las<br />

ventanas mismas del palacio.<br />

Gilberto entró vivamente.<br />

—Señor —dijo el rey—, Vuestra Majestad no tiene nada que temer, porque el<br />

general Lafayette está abajo.<br />

Al rey no le agradaba el general; pero se contentaba con no quererle.<br />

La reina, por el contrario, le odiaba francamente y no ocultaba su adversión.<br />

De aquí resultó que Gilberto no recibió contestación, aunque la noticia que daba<br />

era, en su concepto, una de las más felices que podía comunicar.<br />

Pero Gilberto no era hombre que pudiera intimidarse por el silencio de los reyes.<br />

—¿Me ha oído Vuestra Majestad? —preguntó con tono firme—. El señor<br />

Lafayette está abajo, y se pone a las órdenes de Vuestra Majestad.<br />

La reina permanecía muda.<br />

El rey hizo un esfuerzo y contestó: « —Que vayan a darle gracias y que le inviten<br />

de mi parte a subir.<br />

Un oficial se inclinó y salió.

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