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ANGEL PITOU

Angel Pitou tercer libro sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas

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vez todas las pasiones de ésta y todas las facultades dominadoras del hombre; de<br />

modo que podéis ser a la vez una mujer y un amigo, encerrándose en vos toda la<br />

humanidad en caso necesario. Os admiro y os serviré, sin recibir nada de vos, y<br />

únicamente para estudiaros, señora. Aun haré más en vuestro obsequio: en el<br />

caso de que yo os pareciera un mueble de palacio demasiado molesto, y<br />

suponiendo que la impresión causada por la escena de hoy no se borre de vuestra<br />

memoria, os rogaré y os pediré que me alejéis.<br />

—¡Que os aleje! —exclamó la reina con una alegría que no escapó a Gilberto.<br />

—¡Pues bien! Asunto concluido, señora —repuso el doctor con admirable sangre<br />

fría—. Ni siquiera diré al rey lo que debía decirle, y me marcharé. ¿Será<br />

necesario que vaya muy lejos para tranquilizaros, señora?<br />

La reina le miró, sorprendida de esta abnegación.<br />

—Ya veo —añadió el doctor—, lo que Vuestra Majestad piensa. Más instruida<br />

de lo que se cree acerca de esos, misterios de la influencia magnética, que la<br />

espantaban hace poco, Vuestra Majestad se dice que desde lejos podré ser<br />

también peligroso.<br />

—¿Cómo es eso? —preguntó la reina.<br />

—Sí: repito, señora, que si alguien quisiese hacer daño a cualquiera por los<br />

medios que censuráis en mis maestros y en mí, que a una milla o a tres pasos;<br />

pero no temáis nada, señora, pues yo no lo haré.<br />

La reina permaneció un momento pensativa, no sabiendo qué contestar a aquel<br />

hombre extraño que así hacía vacilar sus más resueltos propósitos.<br />

De repente, un rumor de pasos en el fondo de los corredores hizo levantar la<br />

cabeza a María Antonieta.<br />

—¡El rey —dijo—, el rey viene!<br />

—Pues entonces, señora, os ruego que me contestéis. ¿Debo quedarme o<br />

marcharme?<br />

—Pero...<br />

—Apresuraos, señora, pues si lo deseáis puedo evitar que el rey me vea. Vuestra<br />

Majestad me indicará una puerta para retirarme.<br />

—Quedaos —dijo la reina.<br />

Gilberto se inclinó, mientras que María Antonieta procuraba leer en sus facciones<br />

hasta qué punto el triunfo sería más revelador de lo que había sido la cólera o la<br />

inquietud.<br />

Gilberto permaneció impasible.<br />

—Por lo menos —se dijo la reina—, hubiera debido manifestar alegría.

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