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ANGEL PITOU

Angel Pitou tercer libro sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas

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por aliviar o por salvar al enfermo; como médico, he sido siempre un consolador,<br />

a veces un bienhechor. De este modo han transcurrido quince años. Dios ha<br />

bendecido mis esfuerzos; he visto recobrar la vida a la mayor parte de los<br />

pacientes, todos los cuales me besaban las manos. Los que han muerto, Dios los<br />

había condenado. No, lo repito, señor: desde el día en que salí de Francia, hace<br />

quince años, no tengo nada por qué vituperarme.<br />

—Pero en América habéis tenido trato con los innovadores y vuestros escritos<br />

han propagado sus principios.<br />

—Sí, señor, y por cierto que me olvidaba de aducir ese título que me asiste al<br />

agradecimiento de los reyes y de los hombres.<br />

El rey no contestó.<br />

—Ya conocéis mi vida —prosiguió Gilberto—; no he ofendido ni lastimado a<br />

nadie, y vengo a preguntar a Vuestra Majestad por qué se me ha castigado.<br />

—Señor Gilberto, hablaré de ello a la reina; pero ¿creéis que la orden de prisión<br />

procede directamente de la reina?<br />

—No digo eso, señor, y aun creo que su Majestad no ha hecho otra cosa sino<br />

poner una apostilla.<br />

—¿Lo veis? —dijo Luis XVI con alegría.<br />

—Sí; pero no ignoráis, señor, que cuando una reina apostilla, manda.<br />

—Y ¿de quién es la carta apostillada? Veamos.<br />

—Sí, señor: vedla.<br />

Y le presentó la orden de prisión.<br />

—¡La condesa de Charny! —exclamó el rey—. ¿Es ella la que ha pedido vuestra<br />

prisión? Pero ¿qué habéis hecho a esa pobre Charny?<br />

—Esta mañana ni siquiera de nombre conocía a esa señora.<br />

Luis se pasó una mano por la frente.<br />

—¡Charny! —dijo—. La dulzura, la virtud, la castidad personificada.<br />

—Veréis, señor —dijo Gilberto sonriendo—, como vendrá a resultar que me han<br />

encerrado en la Bastilla a petición de las tres virtudes teologales.<br />

—Pronto sabré a qué atenerme —dijo el rey.<br />

Y tiró del cordón de una campanilla. Al instante entró un ujier.<br />

—Que vean si la condesa de Charny está con la reina —dijo Luis XVI.<br />

—Señor —contestó el ujier—, la señora condesa acaba ahora mismo de cruzar<br />

por la galería y va a subir al carruaje.<br />

—Pues corred y decidle que venga a mi gabinete para un asunto de importancia.<br />

Y volviéndose a Gilberto le preguntó:<br />

—¿Es eso lo que deseáis?<br />

—Sí, señor, y doy mil gracias por ello a Vuestra Majestad —contestó el doctor.

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