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ANGEL PITOU

Angel Pitou tercer libro sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas

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veinte cañones reducirían en breve a la nada el orgullo y la furia victoriosa de los<br />

parisienses.<br />

Jamás tuvo la monarquía tantos consejeros: todo el mundo daba su parecer en<br />

voz alta y públicamente.<br />

Los más moderados decían:<br />

—Eso no es cosa muy sencilla...<br />

Y nótese que, entre nosotros, esa forma de lenguaje se usa siempre en las<br />

situaciones más difíciles.<br />

—Es cosa muy sencilla —decían—. Empiécese por obtener de la Asamblea<br />

Nacional una sanción que no negará. Desde hace algún tiempo, su actitud es<br />

tranquilizadora para todo el mundo: ni quiere violencias de parte del pueblo, ni<br />

abusos del poder. La Asamblea declarará lisa y llanamente que la insurrección es<br />

un crimen; que, teniendo los ciudadanos representantes para exponer sus agravios<br />

al rey, y un rey para hacerles justicia, no tienen razón en apelar a las armas y en<br />

derramar sangre. Armado con esta declaración, que seguramente se obtendrá de<br />

la Asamblea, el rey no puede menos de castigar a París como buen padre, es<br />

decir, severamente. Y entonces se aleja la tempestad, y la monarquía vuelve a<br />

recobrar el primero de sus derechos. Los pueblos vuelven a su deber, que es la<br />

obediencia, y todo sigue su marcha acostumbrada.<br />

Así era como se arreglaban los negocios de Estado, en la corte y en los bulevares.<br />

Pero en la plaza de Armas y en los cuarteles, el lenguaje era muy distinto.<br />

Allí se veían hombres desconocidos en la localidad, hombres de rostro inteligente<br />

y de mirada inquieta, sembrando acá y allá avisos misteriosos, exagerando las<br />

noticias ya graves de por sí y propagando casi públicamente las ideas sediciosas<br />

que hacía dos meses agitaban a París y soliviantaban los arrabales.<br />

Alrededor de aquellos hombres se formaban grupos, sombríos, hostiles,<br />

animados, compuestos de personas a las que se recordaba su miseria, sus<br />

sufrimientos, el desdén brutal de la monarquía. Para los infortunios populares se<br />

les decía:<br />

—Hace ocho siglos que el pueblo viene luchando; y ¿qué ha conseguido? Nada.<br />

Ni derechos sociales, ni derechos políticos: el de la vaca del colono a la que se<br />

quita su ternero para llevarlo a la carnicería; su leche para venderla en el<br />

mercado; su carne para llevarla al matadero; su piel para curtirla en la tenería. En<br />

fin, apremiada por la necesidad, y la monarquía ha cedido y convocado los<br />

Estados; pero hoy que los Estados están reunidos ¿qué hace la monarquía?<br />

Ejercer coacción sobre ellos. Si la Asamblea Nacional se ha constituido ha sido<br />

contra la voluntad de la monarquía. Pues bien: puesto que nuestros hermanos de<br />

París acaban de darnos tan terrible ayuda, empujemos hacia delante a la<br />

Asamblea Nacional. Cada paso que da en el terreno político en que se ha trabado<br />

la lucha es una victoria para nosotros; es el ensanche de nuestro campo, el<br />

aumento de nuestra fortuna, la consagración de nuestros derechos. ¡Adelante,<br />

adelante, ciudadanos! La Bastilla no es más que la obra avanzada de la tiranía; se<br />

ha tomado la Bastilla: ahora falta tomar la plaza.<br />

En los sitios más apartados se formaban otras reuniones y se pronunciaban otros<br />

discursos. Los oradores eran evidentemente personas que pertenecían a una clase

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