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ANGEL PITOU

Angel Pitou tercer libro sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas

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parisienses, se han reunido en número de unos diez mil para salir a vuestro<br />

encuentro, y, al ver que tardabais, han avanzado hasta Versalles.<br />

—¿Qué intenciones parecen tener? —preguntó el rey.<br />

—Las mejores del mundo —contestó el señor de Beauvau.<br />

—¡No importa! —dijo la reina—. Cerrad las verjas.<br />

—Guardaos bien de hacerlo —replicó el rey—. Basta que estén cerradas las<br />

puertas del palacio.<br />

La reina, frunciendo el seño, dirigió una mirada a Gilberto.<br />

El doctor la esperaba, pues la mitad de su predicción se había realizado: prometió<br />

la llegada de veinte mil hombres, y diez mil se presentaban ya.<br />

El rey se volvió hacia el señor de Beauvau, y le dijo:<br />

—Cuidad de que se dé un refresco a esa buena gente.<br />

El señor de Beauvau bajó por segunda vez para trasmitir a los reposteros las<br />

órdenes del rey y volvió a subir.<br />

—¿Qué hay? —preguntó Luis XVI.<br />

—Que vuestros parisienses, señor, discuten vivamente con los señores guardias.<br />

—¡Cómo! —repuso el rey—. ¿Hay discusión?<br />

—¡Oh! De pura cortesía. Como han sabido que Su Majestad se propone marchar<br />

dentro de dos horas, quieren esperar para ir detrás de la carroza de Su Majestad.<br />

—Pero ¿no van ellos a pie? —preguntó la reina.<br />

—Sí, señora.<br />

—Pues bien: el rey tiene su coche con buenos caballos, que van muy deprisa, y<br />

ya sabéis, señor de Beauvau, que a Su Majestad le agrada viajar con rapidez.<br />

Estas palabras, así acentuadas, significaban:<br />

—Poned alas en el coche del rey.<br />

Luis XVI hizo un ademán para interrumpir el coloquio.<br />

—Iré al paso —dijo.<br />

La reina exhaló un suspiro, que parecía casi un grito de cólera.<br />

—No es justo —añadió tranquilamente el rey— que haga correr a esa buena<br />

gente, después de haberse molestado para dispensarme este honor; iré al paso, y<br />

más despacio aún, a fin de que todo el mundo pueda seguirme.<br />

Los presentes manifestaron su admiración por un murmullo aprobador; pero al<br />

mismo tiempo se notó en varias fisonomías el reflejo de la reprobación que se<br />

manifestaba claramente en las facciones de la reina por aquella bondad de alma<br />

que ella consideraba como una debilidad.<br />

De pronto se abrió una ventana.<br />

La reina volvió la cabeza con asombro: era. Gilberto, que en su calidad de<br />

médico hacía uso de su derecho, mandando abrir todo para renovar el aire del<br />

corredor, viciado por el olor de los manjares y la respiración de más de cien<br />

personas.<br />

El doctor se colocó detrás de las cortinillas de aquella ventana abierta, y por ella<br />

se oyeron las voces de la multitud reunida en el patio.<br />

—¿Qué es eso? —preguntó el rey.<br />

—Señor, son los guardias nacionales, que están en medio del sol y que deben<br />

tener mucho calor.

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