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ANGEL PITOU

Angel Pitou tercer libro sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas

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asesinos, esos bribones que antes os indicaba, los agentes de los agentes del señor<br />

Pitt...<br />

—Contestad a eso, padre Billot —dijo Pitou muy convencido.<br />

—Pues bien —replicó el labrador—; nos armaremos, y se hará fuego contra ellos<br />

como si fuesen perros.<br />

—Esperad. ¿Quién se armará?<br />

—Todo el mundo.<br />

—Billot, Billot, recordad una cosa, amigo mío, y es que lo que hacemos en este<br />

momento se llama... ¿Cómo llamaréis a lo que hacemos ahora, Billot?<br />

—Esto se llama hablar de política, ¿señor Gilberto?<br />

—Pues bien: sabed que en política no hay crimen absoluto. Se puede ser un<br />

bribón o un hombre honrado según que se perjudiquen o se sirvan los intereses<br />

de aquel que nos juzga. Aquellos a quienes llamáis bribones darán una razón<br />

especiosa de sus crímenes, y para muchos hombres honrados que hayan tenido un<br />

interés directo o indirecto en que esos crímenes se cometan, llegarán a ser<br />

personas muy honradas. Desde el momento en que suceda así, andemos con<br />

tiento, Billot, y tengamos cuidado. Hay ya gente que coge el arado, y caballos<br />

dispuestos a tirar de él; y advertid, Billot, que ya está en marcha sin nosotros.<br />

—Esto me parece espantoso —dijo el labrador—; pero, si el arado avanza ya sin<br />

nosotros, ¿dónde irá?<br />

—¡Dios lo sabe! —contestó Gilberto—. En cuanto a mí, no sé nada.<br />

—Pues bien: si no lo sabéis vos, que sois un sabio, señor Gilberto, con mucha<br />

más razón yo, que soy un ignorante, nada puedo decir tampoco. Pronostico,<br />

sin embargo...<br />

—¿Qué pronosticáis, Billot? Veamos.<br />

—Yo preveo que lo mejor que podemos hacer Pitou y yo es volver a Pisseleux.<br />

Allí manejaremos otra vez el arado, el verdadero arado, el de hierro y madera,<br />

con el cual se labran las tierras y no se cortan las carnes ni se rompen los huesos<br />

de lo que se llama el pueblo francés. Haremos crecer el trigo en vez de derramar<br />

sangre, y viviremos libres y contentos y señores de nuestras casas. ¡Venid con<br />

nosotros, señor Gilberto, qué diablo! A mí me agrada saber adonde voy.<br />

—Un instante, mi buen amigo —repuso Gilberto—. Yo no sé dónde voy, según<br />

os he dicho y os repito; pero voy y quiero ir siempre adelante. Mi deber está<br />

trazado, y mi vida pertenece a Dios; pero mis obras son la deuda que pagaré a la<br />

patria; basta que mi conciencia me diga: «¡Adelante, Gilberto, que vas por buen<br />

camino!» Esto es todo cuanto necesito. Si me engaño, los hombres me<br />

castigarán; pero Dios me absolverá.<br />

—Sin embargo, los hombres castigan también a los que no se engañan, según me<br />

habéis dicho antes.<br />

—Y lo digo aún, y persisto en ello, Billot: error o no, sigo adelante. ¡Dios me<br />

libre, sin embargo, de asegurar que el resultado no probará mi impotencia! Pero,<br />

ante todo, Billot, el Señor lo ha dicho: «Paz a los hombres de buena voluntad».<br />

Seamos, pues, de aquellos a quienes el Todopoderoso promete la paz. Mira al<br />

señor de Lafayette, tanto en América como en Francia; ya monta su tercer caballo<br />

blanco, y no sabemos cuántos usará aún; mira al señor de Bailly, que gasta sus

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