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ANGEL PITOU

Angel Pitou tercer libro sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas

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XVI<br />

LA BASTILLA Y SU GOBERNADOR<br />

No describiremos la Bastilla, porque sería inútil.<br />

Vive como una imagen eterna en la memoria de los ancianos y de los niños.<br />

Nos contentaremos con recordar que, vista desde el bulevar, representaba hacia la<br />

plaza de la Bastilla dos torres gemelas, mientras que las dos caras se corrían<br />

paralelas a las dos orillas del canal que se ve actualmente.<br />

La entrada de la Bastilla estaba defendida primero por un cuerpo de guardia,<br />

luego por dos líneas de centinelas, y después por dos puentes levadizos.<br />

Franqueados estos obstáculos, se llegaba al patio del Gobierno, donde vivía el<br />

gobernador.<br />

Desde este patio, una galería conducía a los fosos de la Bastilla.<br />

En esta otra entrada, que daba también a los fosos, había igualmente un puente<br />

levadizo, un cuerpo de guardia y una verja de hierro.<br />

En la primera entrada quisieron detener a Billot; pero éste enseñó el pase que le<br />

había dado Flesselles y le dejaron pasar.<br />

Billot notó entonces que Pitou le seguía. Pitou no tenía iniciativa, pero hubiera<br />

sido capaz de bajar con Billot a los infiernos o subir con él hasta la luna.<br />

—Quédate fuera—le dijo Billot—. Si no salgo, conviene que haya alguien que<br />

recuerde al pueblo que he entrado.<br />

—Tenéis razón —contestó Pitou—. ¿Y al cabo de cuánto tiempo habrá que<br />

recordar eso?<br />

—Dentro de una hora.<br />

—¿Y la cajita?<br />

—Es verdad. Escucha: si no salgo, si Gonchon no toma la Bastilla, o si después<br />

de tomarla no me encuentra, habrá que decir al doctor Gilberto, a quien<br />

seguramente se encontrará, que unos hombres procedentes de París me quitaron<br />

la cajita que me confió hace cinco años; que cuando lo eché de ver partí<br />

inmediatamente para avisarle que al llegar a París supe que estaba en la Bastilla,<br />

y que, al querer tomarla, he dejado en ella el pellejo, que estaba siempre a su<br />

disposición.<br />

—Está bien, tío Billot —dijo Pitou—, sólo que todo eso es muy largo y temo que<br />

se me olvide.<br />

—¿Qué estás diciendo?<br />

—Lo que siente.<br />

—Pues voy a repetírtelo.<br />

—No —dijo una voz detrás de Billot—, mejor es escribirlo.<br />

—Es que no sé escribir —dijo Billot.<br />

—No importa: yo sé, como que soy alguacil.<br />

—¡Ah! ¿Sois alguacil? —preguntó Billot.<br />

—Sí: soy Estanislao Maillard, alguacil del Chátelet.<br />

—Y sacó del bolsillo un gran tintero de cuerno, en el cual había pluma, papel y<br />

tinta; en una palabra: todo lo que se necesitaba para escribir.

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