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ANGEL PITOU

Angel Pitou tercer libro sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas

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—¡Bueno: veo que ya juras!<br />

—¡Bah! —repuso Pitou con despego—. ¡Entre militares!... En fin, iba a pie, y en<br />

el camino le sacudían una infinidad de golpes en el cuerpo y en la cabeza.<br />

—¡Ah!, ah! —exclamó Billot algo menos entusiasmado.<br />

—Era muy divertido aquello —continuó Pitou—, pero no todo el mundo podía<br />

pegar, puesto que más de diez mil personas gritaban detrás de él.<br />

—¿Y después? —preguntó Billot, que comenzaba a reflexionar.<br />

—Después le han conducido a casa del presidente del distrito de San Marcelo,<br />

buen patriota, ya sabéis.<br />

—Sí, el señor Acloque.<br />

—¿Cloque? Eso es; y ha mandado que le conduzcan a la Casa Ayuntamiento,<br />

porque no sabía qué hacer; de modo que podéis ir a verle.<br />

—Pero ¿cómo eres tú quien me anuncia esto y no el famoso San Juan?<br />

—Porque yo tengo piernas seis pulgadas más largas que las suyas. Había<br />

marchado antes que yo; pero le di alcance y me adelanté después a él. He<br />

querido preveniros para que deis aviso al señor Bailly.<br />

—¡Qué suerte tienes, Pitou!<br />

—Mucha más tendré mañana.<br />

—¿Cómo lo sabes?<br />

—Porque el mismo San Juan, que ha denunciado al señor Foulon, ha propuesto el<br />

medio para que cojan también al señor Berthier, que ha emprendido la fuga.<br />

—¿Sabe dónde está?<br />

—Sí: parece que el bueno de San Juan era el hombre de confianza de ambos, y<br />

que ha recibido mucho dinero del suegro y del yerno, que trataban de pervertirle.<br />

—¿Ha tomado dinero?<br />

—Ciertamente que sí. El dinero de un aristócrata, siempre es bueno de tomar;<br />

pero ha dicho que un buen patriota no vende la nación por dinero.<br />

—Sí —murmuró Billot—, pero hace traición a sus amos, y esto es todo. ¿Sabes<br />

tú, Pitou, que tu señor San Juan es un gran pillastre?<br />

—Puede ser; pero no importa: se cogerá al señor Berthier, como se cogió a<br />

Foulon, y los ahorcarán uno frente a otro. ¡Qué mueca harán al mirarse!<br />

—Y ¿por qué los han de ahorcar? —preguntó Billot.<br />

—Porque son unos bribones: yo los aborrezco.<br />

—¡El señor Berthier, que fue a mi granja; el señor Berthier, que en sus paseos<br />

por la isla de Francia tomó la leche con nosotros y que envió desde París<br />

pendientes de oro a Catalina! ¡Oh! ¡No, no: a ése no le ahorcarán!<br />

—¡Bah! —exclamó Pitou con expresión feroz—. Era un aristócrata, un farsante.<br />

Billot miró a Pitou con asombro, y el joven no pudo menos de bajar los ojos,<br />

sonrojándose vivamente.<br />

De improviso, el digno labrador divisó al señor Bailly, que pasaba desde la sala a<br />

su gabinete después de una deliberación, y se precipitó hacia él para darle la<br />

noticia.<br />

Pero Billot encontró a su vez un incrédulo.<br />

—¡Foulon, Foulon! —exclamó el alcalde—. ¡Qué locura!<br />

—Pues mirad, señor Bailly —replicó el labrador—, aquí está Pitou, que le ha<br />

visto.

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