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ANGEL PITOU

Angel Pitou tercer libro sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas

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Hubo un instante de silencio, durante el cual todos permanecieron inmóviles, con<br />

el oído atento y conteniendo la respiración.<br />

Después se oyó el paso cadencioso de una tropa regular.<br />

—¡Es la guardia nacional! —gritó Charny.<br />

—¡Caballero Charny, caballero Charny! —gritó una voz.<br />

Al mismo tiempo, el rostro bien conocido de Billot apareció por la abertura.<br />

—¡Billot! —exclamó Charny—. ¿Sois vos, amigo mío?<br />

—Sí, yo soy. ¿Dónde están el rey y la reina?<br />

—Aquí.<br />

—¿Sanos y salvos?<br />

—Sanos y salvos.<br />

—¡Loado sea Dios! ¡Señor Gilberto, señor Gilberto! ¡Por aquí!<br />

Al oír este nombre, dos corazones de mujer se estremecieron de una manera muy<br />

diferente.<br />

El corazón de la reina y el de Andrea.<br />

Charny se volvió instintivamente, y vio palidecer a su esposa y a la reina al oír<br />

aquel nombre.<br />

Y, moviendo la cabeza, suspiró.<br />

Los guardias de corps, precipitándose al punto, derribaron los restos de la<br />

barricada.<br />

Entretanto, oíase la voz de Lafayette gritando:<br />

—Señores de la guardia nacional parisiense: he dado ayer al rey mi palabra de<br />

que no se haría daño alguno a nada de cuanto pertenece a Su Majestad. Si dejáis<br />

asesinar a los guardias, me haréis faltar a mi promesa, y ya no me creeré digno de<br />

ser vuestro jefe.<br />

Cuando la puerta se abrió las dos primeras personas que entraron fueron<br />

Lafayette y Gilberto; un poco a la izquierda estaba Billot, muy satisfecho de la<br />

parte que acababa de tomar en la salvación del rey.<br />

Billot era quien había ido a despertar a Lafayette.<br />

Detrás del general, Gilberto y Billot hallábase el capitán Gondran, que mandaba<br />

la compañía del centro de San Felipe de Roule.<br />

Madame Adelaida fue la primera en salir al encuentro de Lafayette, y estrechóle<br />

entre sus brazos con el agradecimiento del terror.<br />

—¡Ah, caballero! —exclamó—. Vos sois quien nos ha salvado.<br />

El general se adelantó respetuosamente para franquear el umbral de la cámara;<br />

pero un oficial le detuvo.<br />

—Dispensad, caballero: debéis decirme si tenéis derecho para entrar.<br />

—Si no lo tiene —dijo el rey, ofreciendo la mano al general—, yo se lo otorgo.<br />

—¡Viva el rey!. ¡Viva la reina! —gritó Billot.<br />

El rey se volvió sonriendo.<br />

—He ahí una voz —dijo— que reconozco.<br />

—Sois muy bueno, señor —respondió el honrado Billot—. Sí, sí, es la voz que<br />

oísteis en el viaje a París. ¡Ah, si hubieseis permanecido allí en vez de volver!<br />

La reina frunció el ceño.<br />

—¡Sí, como son tan amables los parisienses!

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