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ANGEL PITOU

Angel Pitou tercer libro sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas

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Pitou, completamente tranquilizado, se encaminó, pues, a la Bruyére-aux-Loups.<br />

Los lazos habían hecho su obra: dos conejos estaban cogidos y estrangulados.<br />

Pitou los guardó en los anchos bolsillos de aquel traje demasiado largo, que al<br />

cabo de un año debía ser corto, y volvió a casa de su tía.<br />

La solterona estaba echada; pero la codicia no la permitió dormir; había<br />

calculado lo que producirían cuatro pieles de conejo por semana, y esta cuenta la<br />

condujo tan lejos que no le fue posible cerrar los ojos. Por eso experimentó como<br />

un temblor nervioso al preguntar al muchacho qué traía.<br />

—Un par —contestó Pitou—. Ah, tía Angélica! No es culpa mía si no traigo más.<br />

Parece que los conejos del padre La Jeunesse tienen mucha astucia.<br />

Las esperanzas de la tía Angélica quedaban colmadas con creces. Cogió,<br />

estremeciéndose de alegría, los dos pobres animales, examinó su piel, que se<br />

mantenía intacta, y fue a encerrarlos en la despensa, que jamás había visto<br />

provisiones semejantes a las que contenía, desde que a Pitou le ocurrió<br />

abastecerla.<br />

Después, con voz bastante dulce, la tía invitó a su sobrino a ir a dormir, lo que<br />

hizo al punto porque estaba muy cansado, sin pedir de cenar, lo cual acabó de<br />

complacer a la solterona.<br />

A los dos días, Pitou renovó su tentativa, y esta vez fue más feliz aún, pues cogió<br />

tres conejos.<br />

Dos de ellos tomaron el camino de la posada la Bola de Oro, y el tercero fue para<br />

el presbítero. La tía Angélica tenía muchas atenciones con el abate Fortier, que,<br />

por su parte, la recomendaba a las buenas almas de su parroquia.<br />

Las cosas siguieron así durante tres o cuatro meses; la tía Angélica estaba<br />

encantada de su sobrino, y a Pitou le parecía la situación soportable. En efecto:<br />

excepto el amor de su madre, que se cernía sobre su existencia, Pitou observaba<br />

en Villers-Cotterets poco más o menos la misma vida que en Haramont; pero una<br />

circunstancia imprevista, la cual se debía esperar, sin embargo, vino a romper el<br />

cántaro de leche de la tía, interrumpiendo las expediciones del sobrino.<br />

Se había recibido una carta del doctor Gilberto fechada en Nueva York. Al sentar<br />

el pie en tierra de América, el filósofo viajero no había olvidado a su pequeño<br />

protegido, y lo primero que hizo fue escribir al papá Niguet para saber si sus<br />

instrucciones se habían cumplido, y reclamar, en caso contrario, la ejecución del<br />

contrato o bien la anulación si no se quería llenar las condiciones concertadas.<br />

El caso era grave; la responsabilidad del tabelión estaba en juego; se presentó en<br />

casa de la tía Pitou, y con la carta del doctor en la mano le intimó el<br />

cumplimiento de su promesa.<br />

No se podía retroceder, y toda excusa sobre la mala salud del sobrino quedaba<br />

desmentida por el físico de Pitou. El muchacho era alto y flaco; pero también lo<br />

eran los vástagos del bosque, y nadie impedía conservarse muy bien.<br />

La señora Angélica pidió ocho días para meditar sobre la profesión que sería<br />

mejor dar a su sobrino.<br />

Pitou estaba tan triste como su tía, pues su oficio actual parecíale excelente, y no<br />

deseaba otro.<br />

Durante aquellos ocho días, no fue cuestión de coger pajarillos ni de caza furtiva,<br />

sin contar que era invierno, estación en que las aves beben en todas partes.

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