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ANGEL PITOU

Angel Pitou tercer libro sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas

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sus brazos paternales estaban armadas, la una de una férula, y la otra de unas<br />

disciplinas; de modo que la mayor parte de su tiempo, muy al contrario de Jesús,<br />

que recibía a los niños llorosos y los enviaba consolados, el abate Fortier veía<br />

venir a sí a las pobres criaturas espantadas y las devolvía llorando.<br />

El nuevo escolar hizo su entrada en la clase con un pequeño cofre viejo debajo<br />

del brazo, un tintero de cuerno en la mano, y dos o tres troncos de plumas<br />

colocados sobre la oreja; el pequeño cofre estaba destinado a servir, bien o mal,<br />

de pupitre; el tintero era regalo del longista; y la señora Angélica había obtenido<br />

los troncos de plumas, visitando la víspera a maese Niguet.<br />

Ángel Pitou fue acogido con esa dulce fraternidad que nace en los niños y se<br />

perpetúa en los hombres, es decir, con silbidos. Toda la clase comenzó a burlarse<br />

de su persona: dos escolares fueron encerrados por reírse de sus cabellos<br />

amarillos, y otros dos por mofarse de sus extrañas rodillas, de las que ya hemos<br />

indicado algo. Estos últimos habían dicho que las piernas de Pitou parecían<br />

cuerdas de pozo en las que se hubiera hecho un nudo; la frase fue aplaudida, y,<br />

circulando por la mesa, excitó la hilaridad general, así como también el<br />

resentimiento del abate Fortier.<br />

De este modo, pues, al salir al mediodía, es decir, después de cuatro horas de<br />

clase, Pitou, sin haber dirigido una palabra a nadie, sin haber hecho más que<br />

bostezar detrás de su cofre, tenía ya seis enemigos en la clase, tanto más<br />

encarnizados cuanto que no se les había ofendido en nada. Por eso, con las<br />

manos extendidas sobre el calorífero, que en la clase representaba el altar de la<br />

patria, prestaron el juramento solemne, los unos de arrancar a Pitou sus cabellos<br />

amarillos, los otros de desfigurarle sus feos ojos, y los últimos de ponerle<br />

derechas sus rodillas arqueadas.<br />

Pitou ignoraba completamente estas disposiciones hostiles, y al salir preguntó a<br />

uno de sus vecinos por qué seis de sus compañeros se quedaban en la escuela,<br />

mientras que ellos salían.<br />

El vecino miró a Pitou de reojo, le llamó perverso, hablador, y alejóse sin querer<br />

trabar conversación con él.<br />

Pitou se preguntó cómo sería que, no habiendo dicho una sola palabra durante<br />

toda la clase, podía ser un perverso hablador; pero en aquel tiempo había oído<br />

decir a los discípulos y al abate Fortier tantas cosas que no entendía, que<br />

comprendió la acusación del vecino en el número de las que eran demasiado<br />

elevadas para su inteligencia.<br />

Al ver que Pitou regresaba al mediodía, la señora Angélica, ansiosa por una<br />

educación que suponía grandes sacrificios por su parte, preguntó al muchacho<br />

qué había aprendido.<br />

Pitou contestó que había aprendido a callarse: la respuesta era digna de un<br />

pitagórico, sólo que un pitagórico la hubiera dado por señas.<br />

El nuevo escolar volvió a la clase de la tarde sin demasiada repugnancia: la clase<br />

de la mañana se había empleado por los escolares para examinar el físico de<br />

Pitou; la de la tarde se dedicó por el profesor para estudiar su moral. Hecho esto,<br />

el abate Fortier quedó convencido de que Pitou tenía las mejores disposiciones<br />

para llegar a ser un Robinson Crusoe, pero muy pocas probabilidades para ser<br />

algún día un Fontenelle o un Bossuet.

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