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ANGEL PITOU

Angel Pitou tercer libro sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas

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siempre retozando o agitándose. Veamos —continuó, volviéndose otra vez hacia<br />

Pitou—, ¿eres perezoso?<br />

—No lo sé; solamente me ocupaba del latín y del griego, y...<br />

—¿Y qué?<br />

—Y debo decir que no me entraba mucho.<br />

—Tanto mejor —dijo Billot—, esto prueba que no eres tan animal como yo<br />

creía.<br />

Pitou abrió los ojos desmesuradamente; era la primera vez que oía expresar<br />

semejante orden de ideas, subversivo de todas las teorías que le habían enseñado<br />

hasta entonces.<br />

—Pregunto —dijo Billot—, si eres duro a la fatiga.<br />

—¡Oh! A la fatiga —dijo Pitou—. Esto es otra cosa. No, no: andaría diez leguas<br />

sin cansarme.<br />

—Bueno, ya es algo —repuso Billot. Haciéndote enflaquecer en algunas libras,<br />

llegarás a correr.<br />

—¡Enflaquecer! —exclamó Pitou, mirando su delgado cuerpo, sus largos brazos<br />

huesosos y sus largas piernas arqueadas—. A mí me parecía, señor Billot, que<br />

estaba bastante flaco así.<br />

—En verdad, amigo mío —repuso el labrador, soltando la carcajada—, eres un<br />

tesoro.<br />

También era ésta la primera vez que Pitou se veía estimado en tan alto precio, y<br />

así es que iba de sorpresa en sorpresa.<br />

—Escúchame —dijo el padre Billot—; yo pregunto si eres perezoso en el trabajo.<br />

—¿Qué trabajo?<br />

—El trabajo en general.<br />

—No lo sé, porque jamás he trabajado.<br />

La joven comenzó a reírse; pero esta vez el labrador tomó la cosa por lo serio.<br />

—¡Esos pícaros de curas! —dijo, amenazando con su robusto puño la ciudad—.<br />

He aquí como educan a la juventud en la holgazanería y la inutilidad. ¿De qué<br />

puede servir, pregunto yo, semejante mocetón para ayudar a sus hermanos?<br />

—¡Oh! No para gran cosa —dijo Pitou—, bien lo sé; mas, por fortuna, no tengo<br />

hermanos.<br />

—Por hermanos —repuso Billot—, entiendo todos los hombres en general.<br />

¿Quieres decir, por ventura, que éstos no son hermanos tuyos?<br />

—¡Oh! Sí tal: eso dice el Evangelio. —Y tus iguales también —continuó el<br />

labrador. —¡Ah! Esto es otra cosa —repuso Pitou—. Si yo hubiera sido el igual<br />

del abate Fortier, no me hubiera sacudido tan a menudo con las disciplinas y la<br />

férula; y si yo hubiera sido el igual de mi tía, no me habría despedido.<br />

—Te digo que todos los hombres son iguales —replicó el labrador—, y muy<br />

pronto se lo probaremos a los tiranos.<br />

—Tyrannis! —replicó Pitou.<br />

—Y la prueba es —continuó Billot—, que te admito en mi casa.<br />

—¡Que me admite en su casa, querido señor Billot! ¿No os burláis de mí al decir<br />

semejante cosa?<br />

—No. Veamos lo que necesitas para vivir.<br />

—¡Diantre! Tres libras de pan diarias, poco más o menos.

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