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ANGEL PITOU

Angel Pitou tercer libro sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas

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LXIX<br />

LA MIEL Y EL ACÍBAR<br />

Catalina se había arreglado de modo que pudiera quedar sola con Pitou, a pesar<br />

de la presencia de su madre.<br />

La buena señora Billot había encontrado algunas complacientes compañeras que<br />

la habían seguido, sosteniendo la conversación, y Catalina, dejando su montura<br />

a una de ellas, volvió a pie por los bosques con Pitou, que se había sustraído a sus<br />

triunfos.<br />

Esta especie de arreglos no extrañan a nadie en el campo, donde todos los<br />

secretos pierden su importancia a causa de la indulgencia que conceden unos a<br />

otros.<br />

Pareció natural que Pitou tuviera que hablar con la señora Billot y su hija, y<br />

acaso no se echara de ver.<br />

Aquel día, cada cual tenía su interés en el silencio y en la densidad de las<br />

sombras. Todo cuanto era gloria o dicha ocultábase bajo las encinas seculares en<br />

los países de bosque.<br />

—Heme aquí, señorita Catalina —dijo Pitou cuando estuvieron solos.<br />

—¿Por qué habéis estado ausente de la granja tanto tiempo? —preguntó<br />

Catalina—. No me parece bien, señor Pitou.<br />

—Pero, señorita —replicó Pitou, admirado—, bien sabéis...<br />

—No sé nada... Está mal hecho.<br />

Pitou se mordió los labios: le repugnaba ver mentir a Catalina.<br />

La joven lo echó de ver. Por otra parte, la mirada de Pitou era siempre franca y<br />

leal, y ahora la bajaba.<br />

—Escuchad, señor Pitou: otra cosa tengo que deciros.<br />

—¡Ah!<br />

—El otro día, en el lugar donde me visteis...<br />

—¿Dónde os he visto?<br />

—¡Ah! Bien lo sabéis.<br />

Catalina se ruborizó.<br />

—¿Qué hacíais allí? —dijo.<br />

—¿Me reconocisteis? —preguntó Pitou con un tono de dulce y melancólica<br />

reconvención.<br />

—Al pronto no, pero después sí.<br />

—Y ¿cómo es eso?<br />

—Es que a veces se halla una distraída, anda y no fija la atención; pero después<br />

reflexiona.<br />

—Seguramente.<br />

Catalina guardó silencio, y Pitou también. Uno y otro tenían demasiadas cosas<br />

que pensar para hablar tan claro.<br />

—En fin —repuso Catalina—, ¿no erais vos?<br />

—Si, señorita.<br />

—¿Qué hacíais allí? ¿Estabais escondido?

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