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ANGEL PITOU

Angel Pitou tercer libro sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas

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pulmones y mira al rey, que pierde su popularidad. ¡Vamos, vamos, Billot: no<br />

seamos egoístas! Gastémonos un poco, amigo mío, y quédate donde estás.<br />

—Pero ¿con qué fin, si no hemos de impedir el mal?<br />

—Billot, no vuelvas a repetir esa palabra, porque te apreciaré menos. Has<br />

recibido puntapiés, puñetazos y hasta bayonetazos cuando quisiste salvar a<br />

Foulon y a Berthier...<br />

—Sí, y muchos —contestó Billot, pasando la mano por sus miembros doloridos<br />

aún.<br />

—Y yo tengo un ojo casi hundido —dijo Pitou.<br />

—Y todo esto para nada —añadió Billot.<br />

—Pues bien, hijos míos: si en lugar de ser diez, quince o veinte de vuestro valor,<br />

hubierais sido cien, doscientos o trescientos, habríais librado al infeliz de la<br />

espantosa muerte que sufrió, evitando así un trabajo a la nación. He aquí por qué,<br />

en vez de marchar a los campos, que están bastante tranquilos, exijo, amigo<br />

Billot, en cuanto puedo exigir de vos, que permanezcáis en París, para que yo<br />

tenga a mano un brazo fuerte y un corazón leal, para que yo pruebe mi espíritu y<br />

mi obra en la fiel piedra de toque de vuestro buen sentido y de vuestro puro<br />

patriotismo, para que, en fin, distribuyendo, no el oro, puesto que no le tenemos,<br />

sino el amor a la patria y al bien público, seas mi agente cerca de una infinidad<br />

de infelices extraviados, y también mi bastón cuando yo resbale, o cuando deba<br />

aplicar un castigo.<br />

—Un perro de ciego —dijo Billot con sublime sencillez.<br />

—Precisamente —contestó Gilberto con el mismo tono.<br />

—Pues bien, acepto —dijo Billot—, seré lo que deseáis.<br />

—Sé que lo abandonas todo, fortuna, mujer e hijos y felicidad, Billot; mas no<br />

será por largo tiempo: pierde cuidado.<br />

—Y yo —preguntó Pitou—, ¿qué haré?<br />

—Tú —contestó Gilberto, mirando al ingenuo y robusto mozo, poco orgulloso de<br />

su inteligencia—, tú volverás a Pisseleux para consolar a la familia de Billot y<br />

explicar la santa misión que ha emprendido.<br />

—Ahora mismo —dijo Pitou estremeciéndose de alegría ante la idea de volver a<br />

estar junto a Catalina.<br />

—Billot —dijo Gilberto—, dadle vuestras instrucciones.<br />

—Helas aquí —repuso Billot.<br />

—Ya escucho.<br />

—Catalina queda nombrada por mí dueña de la casa. ¿Me entiendes bien?<br />

—¿Y la señora Billot? —preguntó Pitou, algo sorprendido de que se transfiriese<br />

a la hija el derecho de la madre.<br />

—Pitou —dijo Gilberto, que había comprendido la idea de Billot al notar un<br />

ligero rubor en la frente del padre de familia—, recuerda este proverbio árabe:<br />

«Oír es obedecer».<br />

Pitou se sonrojó a su vez, pues casi había comprendido también su indiscreción.<br />

—Catalina es el espíritu de la familia —añadió Billot, sin rodeo alguno para<br />

aclarar su idea.<br />

Gilberto se inclinó en señal de asentimiento.<br />

—¿Esto es todo? —preguntó el joven.

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