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ANGEL PITOU

Angel Pitou tercer libro sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas

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III<br />

ÁNGEL <strong>PITOU</strong> EN CASA DE SU TÍA<br />

Ya hemos visto qué poco simpática era para Ángel Pitou la perspectiva de una<br />

permanencia demasiado prolongada en casa de su buena tía Angélica: el pobre<br />

niño, dotado de un instinto igual, y hasta quizá superior al de los animales a que<br />

solía hacer la guerra, había adivinado de antemano todo lo que aquella<br />

permanencia le reservaba, no por las decepciones —ya hemos dicho que no se<br />

había hecho un solo instante ilusión sobre este punto—, sino por los pesares, los<br />

disgustos y los enojos.<br />

Por lo pronto, una vez fuera el doctor Gilberto, y justo es añadir que no era esto<br />

lo que había enojado a Pitou contra la solterona, no se trató ni un solo instante de<br />

poner al muchacho en aprendizaje. El buen notario había dicho, sin embargo,<br />

alguna palabra sobre este convenio formal; pero la señora Angélica contestó que<br />

su sobrino era muy joven y que tenía, sobre todo, una salud demasiado delicada<br />

para someterle a trabajos, tal vez superiores a sus fuerzas. El notario, al oír esta<br />

observación, admiró los buenos sentimientos de la señora Pitou, dejando el<br />

aprendizaje para el año próximo. Aun no se había perdido tiempo, pues el chico<br />

acababa de cumplir los doce años.<br />

Una vez en casa de su tía, y mientras que ésta meditaba sobre el mejor partido<br />

que podría sacar de su sobrino, Pitou, que volvía a encontrarse en el bosque, o<br />

poco menos, tenía ya tomadas todas sus disposiciones topográficas, para observar<br />

en Villers-Cotterets el mismo género de vida que en Haramont.<br />

En efecto: una visita de inspección le había permitido averiguar que los mejores<br />

charcos y pequeños pantanos eran los del camino de Dampleux, hacia<br />

Compiégne, y los del camino de Vivieres, y que el cantón más abundante en caza<br />

era el de la Bruyére-aux-Loups. Practicado este reconocimiento, Pitou había<br />

adoptado sus disposiciones en consecuencia.<br />

La cosa más fácil de obtener, porque no exigía fondos, era la liga y las varetas: la<br />

corteza de acebo triturada con un mortero de piedra y bien lavada después, daba<br />

la liga; y en cuanto a las varetas, las encontraba a miles en los abedules de los<br />

alrededores. Pitou se proporcionó, pues, sin decir nada a nadie, un millar de<br />

varetas y una olla de liga de primera calidad; y cierta mañana, después de tomar<br />

en la panadería, por cuenta de la solterona, un pan de cuatro libras, se marchó al<br />

amanecer, estuvo todo el día fuera, y volvió al cerrar la noche.<br />

Pitou no había tomado semejante resolución sin calcular los resultados,<br />

previendo una tempestad, pues, aunque no tuviese la sabiduría de Sócrates, érale<br />

bien conocido el carácter de su tía Angélica, tan bien como el ilustre maestro de<br />

Alcibíades conocía el de su mujer Jantipa.<br />

Pitou no se había engañado en su previsión, y confiaba en hacer frente a la<br />

tormenta, presentando a la vieja devota el producto de su caza; pero no le era<br />

posible adivinar en qué punto descargaría el chubasco.<br />

El rayo le tocó al entrar.

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