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ANGEL PITOU

Angel Pitou tercer libro sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas

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A eso de las cinco y media de la mañana, los habitantes del palacio se<br />

estremecieron en medio de su plácido sueño.<br />

Acababa de resonar un tiro en el patio de Mármol.<br />

Quinientos o seiscientos hombres se habían presentado de pronto en la verja, y,<br />

excitándose y animándose, empujábanse unos a otros y acababan de escalar la<br />

verja, mientras que algunos la forzaban.<br />

Entonces fue cuando el tiro del centinela dio la señal de alarma. Uno de los<br />

sitiadores había caído muerto; su cadáver estaba tendido en tierra.<br />

Aquel tiro ha cruzado por el grupo de los saqueadores, que buscan, unos, la plata<br />

del palacio, y otros, tal vez, hasta la corona del rey.<br />

Cortado como por un poderoso hachazo, el grupo se divide en dos.<br />

Uno de ellos se dirige hacia la habitación de la reina; el otro sube hacia la capilla,<br />

es decir, en dirección a los aposentos del rey.<br />

Sigamos primeramente a este último.<br />

¿Habéis visto cómo sube la ola en las grandes mareas? Pues bien: la ola popular<br />

se le parece, con la diferencia de que avanza siempre, sin retroceder.<br />

Toda la guardia del rey se compone, en aquel momento, del centinela, que guarda<br />

la puerta, y de un oficial que sale precipitadamente de las antecámaras, armado<br />

de una alabarda, arrancada de manos del suizo, espantado.<br />

—¡Quién vive! —grita el centinela—. ¡Quién vive!<br />

Y como no recibe contestación, y la oleada sube siempre, grita por tercera vez:<br />

—¡Quién vive!<br />

Y se echa el fusil a la cara.<br />

El oficial comprende lo que resultará si se oye el ruido de una detonación en las<br />

habitaciones. Aparta el fusil, precipítase al encuentro de los sitiadores, e<br />

intercepta el paso de la escalera con su alabarda.<br />

—¡Señores, señores! —grita—. ¿Qué deseáis? ¿Qué pedís?<br />

—Nada, nada —contestan algunas voces, con tono burlón—. ¡Vamos! Dejadnos<br />

pasar, que somos buenos amigos del rey.<br />

—¡Sois buenos amigos de Su Majestad, y le traéis la guerra!<br />

Esta vez no hubo más contestación que una carcajada siniestra.<br />

Un hombre coge el mango de la alabarda, que el oficial no quiere soltar, y, para<br />

obligarle, el hombre le muerde la mano.<br />

El oficial arranca la alabarda de la diestra de su enemigo y, con el mango, de<br />

encina, descarga tan furioso golpe sobre la cabeza de su contrincante, que le parte<br />

el cráneo; pero la violencia ha sido tal, que el arma queda dividida en dos.<br />

Entonces el oficial tiene dos armas en vez de una: un palo y un puñal.<br />

Con el palo hace el molinete, y con el puñal hiere. Entretanto el centinela abre la<br />

puerta de la antecámara y pide auxilio.<br />

Cinco o seis guardias salen al punto. —¡Señores, señores! —dice el centinela—<br />

. ¡Auxilio al señor de Charny, auxilio!<br />

Los sables, desenvainados, brillan un momento a la luz de la lámpara que arde en<br />

lo alto de la escalera, y a derecha e izquierda de Charny descargan furiosos<br />

golpes sobre los sitiadores.

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