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ANGEL PITOU

Angel Pitou tercer libro sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas

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—Pues bien: tregua por un momento, amigo mío: no me digáis ahora nada.<br />

Llegáis en un instante en que tengo desgarrado el corazón. Hoy, por vez primera,<br />

me abruman mis amigos con esa verdad que vos me habéis dicho siempre, y esa<br />

verdad, conde, no podían ocultármela por más tiempo, porque se revela en todo:<br />

en el cielo, que está rojo; en el aire, que se llena de ruidos siniestros; en las caras<br />

de los cortesanos, pálidas y serias. No, conde, no: por la primera vez en vuestra<br />

vida, no me digáis la verdad.<br />

El conde miró a la reina a su vez.<br />

—Sí, sí —prosiguió María Antonieta—; ¿verdad que os extrañáis, sabiendo que<br />

soy animosa? Pues aún no estáis al cabo de las sorpresas.<br />

Charny hizo un ademán interrogativo.<br />

—Pronto lo veréis —añadió la reina con sonrisa nerviosa.<br />

—¿Está indispuesta Vuestra Majestad? —pregunto el conde.<br />

—No, no: venid, sentaos a mi lado y no hablemos una palabra de esa horrible<br />

política... Procurad que yo olvide.<br />

El conde obedeció con triste sonrisa.<br />

María Antonieta le pasó la mano por la frente.<br />

—Os arde la frente —dijo.<br />

—Sí, tengo un volcán en la cabeza.<br />

—Y la mano helada —añadió, cogiendo la mano del conde entre las suyas.<br />

—Es que a mi corazón llega el frío de la muerte.<br />

—¡Pobre Oliverio! Razón tenía yo para deciros que olvidáramos. Ya no soy<br />

reina; ya no estoy amenazada ni aborrecida. No, ya no soy reina: soy una mujer,<br />

y nada más. ¿Qué es para mí el universo? Me bastaría un corazón que me amase.<br />

El conde se postró de hinojos ante la reina, y le besó los pies con el respeto que<br />

los egipcios tenían por la diosa Isis.<br />

—¡Oh conde, mi único amigo! —dijo la reina procurando levantarle—. ¿Sabéis<br />

cómo se porta conmigo la duquesa Diana?<br />

—Emigra —contestó Charny sin vacilar.<br />

—Lo ha adivinado —exclamó María Antonieta—, lo ha adivinado. ¡Ah! ¿Es que<br />

podía adivinarse eso?<br />

—Sí, señora: en estos momentos puede suponerse todo.<br />

—Pero vos y los vuestros ¿por qué no emigráis, puesto que es cosa tan natural?<br />

—preguntó la reina.<br />

—Ante todo, señora, yo no emigro porque mi adhesión a Vuestra Majestad es<br />

profunda, y me he prometido no separarme de Vuestra Majestad un solo instante<br />

durante la tempestad que se prepara. Mis hermanos no emigrarán, porque<br />

amoldarán su conducta a la mía, que les servirá de ejemplo. En fin, señora: la<br />

condesa de Charny no emigrará, porque ama sinceramente a Vuestra Majestad, al<br />

menos así lo creo.<br />

—Sí: Andrea tiene un corazón muy noble —dijo la reina con visible frialdad.<br />

—Pues por eso no saldrá de Versalles —respondió Charny.<br />

—Entonces os tendré siempre a mi lado —repuso la reina con el mismo tono<br />

glacial, aunque un tanto disimulado para que no se transluciera más que sus celos<br />

o su desdén.

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