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ANGEL PITOU

Angel Pitou tercer libro sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas

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El comandante general de la guardia nacional mandó abrir paso, y repitió, más<br />

enérgicamente aún que Bailly, todo lo que éste había dicho ya.<br />

Su discurso llamó la atención de todos los que pudieron oírle, y la causa de<br />

Foulon se ganó en la sala de los electores.<br />

Pero fuera, veinte mil furiosos no habían podido oír al señor de Lafayette, y<br />

persistían en su frenesí.<br />

—¡Vamos! —dijo en conclusión Lafayette, creyendo naturalmente que el efecto<br />

producido por los que le rodeaban se extendía hasta los de afuera. Es preciso<br />

juzgar ese hombre.<br />

—¡Sí! —gritó la multitud.<br />

—En su consecuencia, ordeno que se le conduzca a la prisión —prosiguió<br />

Lafayette.<br />

—¡A la prisión, a la prisión! —vociferó la multitud.<br />

La muchedumbre que estaba fuera no comprendió nada sino que su presa llegaría<br />

muy pronto, y a nadie le ocurrió la idea de que se la disputaran.<br />

Olfateaba, por decirlo así, el olor de la carne fresca que bajaba por la escalera.<br />

Billot se había asomado a la ventana con algunos electores, y con el mismo<br />

Bailly, para seguir con los ojos al prisionero, mientras que atravesaba la plaza,<br />

escoltado, pollos guardias de la ciudad.<br />

En el trayecto, Foulon dirigía acá y allá palabras sueltas que atestiguaban un<br />

terror profundo, mal embazado bajo protestas de confianza.<br />

—¡Noble pueblo! —decía al bajar la escalera—. No temo nada; porque estoy en<br />

medio de mis conciudadanos.<br />

Y ya las risas y los insultos se cruzaban en torno suyo, cuando de improviso se<br />

encontró fuera de la bóveda sombría, en lo alto de la escalera que dominaba la<br />

plaza y donde el aire y el sol tocaban su rostro.<br />

En el mismo instante un solo grito de rabia, alarido amenazador, rugido de odio,<br />

partió de veinte mil pechos, y al punto los guardias son levantados en alto, los<br />

dispersan, y mil brazos se apoderan de Foulon para llevarle al, ángulo fatal, bajo<br />

el reverbero, innoble horca de las cóleras que el pueblo llamaba sus justicias.<br />

Billot, desde su ventana, veía y gritaba, y los electores estimulaban también a los<br />

guardias, que no podían hacer más.<br />

Lafayette, desesperado, se precipitó fuera de la Casa Ayuntamiento; pero ni<br />

siquiera pudo traspasar las primeras filas de aquella multitud, que se extendía,<br />

semejante a un lago inmenso entre él y el reverbero.<br />

Subiéndose a los postes para ver mejor, cogiéndose a las ventanas, a los salientes<br />

de los edificios y a todo cuanto les ofrecía un punto de apoyo, los simples<br />

espectadores estimulaban con sus gritos terribles aquella espantosa<br />

efervescencia de los actores.<br />

Estos se burlaban de su víctima, como pudiera hacerlo un tigre con una presa<br />

inofensiva.<br />

Todos se disputaban a Foulon, y al fin se comprendió que para disfrutar de su<br />

agonía era preciso distribuirse los papeles.<br />

A no ser por esto, iban a despedazarle.<br />

Los unos levantaron a Foulon, que ya no tenía fuerza ni para gritar.

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