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ANGEL PITOU

Angel Pitou tercer libro sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas

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Uno de los botones del traje de Gilberto, botón de acero negro, ancho y cortado<br />

en facetas, según la moda de la época, había sido tocado por la misma bala.<br />

Sirviendo de coraza, el proyectil había rebotado, y de aquí el dolor y la sacudida<br />

que Gilberto experimentó.<br />

La bala había rasgado también su chaleco negro y parte de la chorrera; y después,<br />

despedida por el botón de Gilberto, acababa de matar a la desgraciada mujer, que<br />

algunos se apresuraron a llevarse moribunda y ensangrentada.<br />

El rey había oído la detonación, pero sin ver nada.<br />

Y sonriéndose se inclinó hacia Gilberto, diciéndole: —Por allí queman pólvora<br />

en honor mío.<br />

—Sí, señor —contestó el doctor.<br />

Pero se guardó muy bien de manifestar a Su Majestad lo que pensaba de la<br />

ovación que se le hacía.<br />

Sin embargo, en voz muy baja se confesó que la reina había tenido razón de<br />

temer, puesto que sin él, que cerraba el paso de la portezuela, aquella bala que<br />

rebotó en su botón de acero habría llegado directamente al rey.<br />

Y ¿de qué mano partía aquel tiro tan bien dirigido? ¡No se quiso averiguarlo<br />

entonces!... Y, por lo tanto, no se sabrá jamás.<br />

Billot, pálido al ver lo que acababa de suceder, con los ojos fijos sin cesar en<br />

aquel desperfecto del traje de Gilberto, obligó a Pitou a redoblar sus gritos de:<br />

«¡Viva el Padre de los franceses!»<br />

El acontecimiento era tan importante, por lo demás, que el episodio se olvidó<br />

pronto.<br />

Luis XVI llegó, al fin, ante la Casa Ayuntamiento, después de haber sido<br />

saludado en el Puente Nuevo por una salva de cañones, que al menos no estaban<br />

cargados con bala.<br />

En la fachada de la Casa Ayuntamiento ostentábase una inscripción en grandes<br />

caracteres, negros de día, pero que por la noche debían iluminarse y brillar<br />

transparentes.<br />

Esta inscripción era debida a las ingeniosas elucubraciones de la municipalidad.<br />

He aquí lo que decía:<br />

«A Luis XVI, padre de los franceses y rey de un pueblo libre.»<br />

Otra antitesis bien diferente, por su importancia, de la del discurso de Bailly, y<br />

que hacía proferir gritos de admiración a todos los parisienses reunidos en la<br />

plaza.<br />

Esta inscripción atrajo la mirada de Billot.<br />

Pero como Billot no sabía leer, mandó a Pitou que se la leyese; y quiso que se la<br />

repitiera por segunda vez, como si no hubiera oído bien la primera.<br />

Y cuando Pitou leyó de nuevo, sin cambiar una sola palabra, Billot preguntó:<br />

—¿Dice eso, dice eso?<br />

—Sin duda —contestó Pitou.<br />

—¡La municipalidad ha hecho escribir que el rey era soberano de un pueblo<br />

libre!<br />

—Sí, padre Billot.<br />

—Pues entonces —exclamó el labrador—, si la nación es libre, tiene derecho<br />

para ofrecer al rey su escarapela.

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