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ANGEL PITOU

Angel Pitou tercer libro sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas

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Era la hora de las sorpresas: detrás de la lencera apareció el sombrerero, el cual<br />

llevaba un pequeño tricornio de última moda, muy bien hecho y elegante, de lo<br />

mejor que se confeccionaba en casa del señor Cornú, primer sombrerero de<br />

Villers-Cotterets.<br />

Llevaba también un encargo del zapatero, que era dejar a los pies de Pitou un par<br />

de zapatos con hebillas de plata, hechos expresamente para él.<br />

Pitou no volvía en sí de su asombro, ni podía creer que todas aquellas riquezas<br />

fuesen para él. En sus sueños más exagerados, no se hubiera atrevido a desear<br />

semejante equipo: lágrimas de agradecimiento humedecieron sus párpados, y tan<br />

sólo pudo murmurar estas palabras: ¡Oh señorita Catalina, señorita Catalina!<br />

¡Jamás olvidaré lo que hacéis por mí!<br />

Todo aquellos iba a las mil maravillas, como si el sastre hubiese tomado la<br />

medida a Pitou, y solamente los zapatos resultaron una mitad más pequeños de lo<br />

que debían, porque el señor Laudereau, el zapatero, se había guiado por el pie de<br />

su hijo, el cual contaba cuatro años más que Pitou. Esta superioridad del joven,<br />

sobre el hijo del zapatero, enorgulleció un instante a nuestro héroe; pero este<br />

sentimiento de orgullo se modificó muy pronto por la idea de que le sería preciso<br />

ir al baile sin zapatos, o con los viejos, que no cuadrarían con su traje. Sin<br />

embargo, esta inquietud fue de corta duración, pues un par de zapatos que se<br />

enviaba al mismo tiempo al padre Billot remedió la falta: por fortuna, el labrador<br />

y Pitou tenían el mismo pie, de lo cual no se dijo nada a Billot por temor de<br />

humillarle.<br />

Mientras que Pitou se disponía a vestir aquel suntuoso traje, el peluquero entró.<br />

Lo primero que hizo fue separar los cabellos amarillos de Pitou en tres partes:<br />

una de ellas, la más abundante, debía caer sobre la espalda en forma de cola; y<br />

las otras dos tenían por misión acompañar a las sienes bajo el nombre de orejas<br />

de perro: es poco poético; pero ¿qué le hemos de hacer, si así se llamaban?<br />

Ahora, confesemos una cosa, y es que cuando Pitou, peinado, rizado, con su<br />

levita, su calzón azul, su chaleco blanco, su camisa con chorrera, su cola y sus<br />

orejas de perro, se miró en el espejo, le costó mucho reconocerse a sí propio, y se<br />

volvió para mirar si Adonis en persona no habría bajado un momento a la tierra.<br />

Estaba solo; sonrió con gracia, y alta la cabeza, y con las manos en los bolsillos,<br />

se irguió de puntillas, diciendo:<br />

—¡Ahora veremos a ese señor de Charny!...<br />

Cierto que Ángel Pitou, con su nuevo traje, se asemejaba, como dos gotas de<br />

agua entre sí, no a un pastor de Virgilio, sino a un pastor de Vatteau.<br />

Así es que, el primer paso que Pitou dio al entrar en la cocina de la granja, fue un<br />

triunfo.<br />

—¡Oh! ¡Vea usted, mamá, qué bien está Pitou así!... —exclamó Catalina.<br />

—La verdad es que no se le reconoce —dijo la señora Billot.<br />

Por desgracia, para el conjunto que había llamado la atención de Catalina, esta<br />

última pasó a los detalles, y Pitou parecía en ellos menos bien que en el conjunto.<br />

—¡Oh! —exclamó Catalina—. ¡Qué grandes tenéis las manos! Es cosa muy<br />

particular.<br />

—Sí —contestó Pitou—, tengo grandes manos, ¿no es verdad?<br />

—Y voluminosas rodillas.

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