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ANGEL PITOU

Angel Pitou tercer libro sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas

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XLI<br />

EL SUEGRO<br />

Sin embargo, según lo demostraban los rumores siempre crecientes de la<br />

multitud, los ánimos se enardecían en la plaza. Aquello no era ya odio, sino<br />

horror; ya no se amenazaba, sino que se quería pasar a las vías de hecho.<br />

Los gritos de «¡Abajo Foulon! ¡Muerte a Foulon!» se cruzaban como proyectiles<br />

mortales en un bombardeo; y la multitud, siempre aumentando, llegaba, por<br />

decirlo así, a sofocar a los guardias en sus puestos.<br />

Y ya en aquella muchedumbre comenzaban a circular y acrecentarse aquellos<br />

rumores que autorizaban las violencias.<br />

Y estos rumores no amenazaban solamente a Foulon, sino también a los que le<br />

protegían.<br />

—¡Han dejado huir al prisionero! —gritaban los unos.<br />

—¡Entremos, entremos! —decían los otros.<br />

—¡Incendiemos la Casa Ayuntamiento!<br />

Bailly comprendió que no quedaba más que un recurso, puesto que el señor de<br />

Lafayette no llegaba.<br />

Se reducía a que los mismos electores bajaran y se mezclasen con los grupos para<br />

convencer a los más furiosos.<br />

—¡Foulon, Foulon!<br />

Tal era el grito incesante, el alarido de aquella ciega multitud.<br />

Se preparaba un asalto general que los muros no hubieran resistido.<br />

—Caballero —dijo Bailly a Foulon—, si no os dejáis ver de la multitud, esa<br />

gente creerá que os hemos dejado escapar; forzará la puerta, entrarán aquí, y, una<br />

vez dentro, no respondo de nada si os encuentran.<br />

—¡Oh! No creía que fuese tan aborrecido —dijo Foulon, dejando caer sus brazos<br />

inertes.<br />

Y, sostenido por Bailly, se arrastró hasta la ventana.<br />

Al verle resonó un clamor terrible; el pueblo forzó la línea de los guardias,<br />

derribó las puertas, y el torrente se precipitó por las escaleras, los corredores y las<br />

salas, quedando éstas invadidas en un momento.<br />

Bailly situó alrededor del prisionero cuantos guardias disponibles había, y<br />

después arengó a la multitud.<br />

Quería hacer comprender al pueblo que asesinar es algunas veces hacer justicia.<br />

Y al fin lo consiguió después de inusitados esfuerzos, después de arriesgar veinte<br />

veces su propia vida.<br />

—¡Sí, sí! —gritaron los sitiadores—. ¡Que se le juzgue, que se le juzgue; pero<br />

que le ahorquen!<br />

A este punto llegaban de su argumentación, cuando el señor de Lafayette se<br />

presentó en la Casa Ayuntamiento acompañado de Billot.<br />

La vista de su penacho tricolor, uno de los primeros que se habían llevado, bastó<br />

para que cesasen al punto el ruido y las cóleras.

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