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ANGEL PITOU

Angel Pitou tercer libro sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas

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sirven para derribar a sus jinetes, así como también los escolares a quienes se<br />

acaba de castigar con las disciplinas y tratan de sacudirse el dolor.<br />

—¡Ah, bribón! ¡Pequeño excomulgado! —gritaba la voz. ¡Ah, reptil! ¡Retírate!<br />

¡Vete! Vade, vade! ¡Acuérdate que he tenido paciencia contigo tres años, y que<br />

hay pícaros que apurarían la del mismo Padre Eterno! Hoy hemos concluido ¡y<br />

para siempre! ¡Recoge tus ardillas, tus ranas, tus lagartos, tus gusanos de seda y<br />

tus abejorros, y vete a casa de tu tía, o de tu tío, si tienes alguno, o al diablo, o a<br />

donde quieras, en fin, con tal que no vuelva a verte más! Vade, vade!<br />

—¡Oh mi buen señor Fortier! Perdonadme —contestaba siempre en la escalera<br />

otra voz suplicante—. ¿Vale la pena incomodarse tanto por un ligero barbarismo<br />

y algunos solecismos, según llamáis a eso?<br />

—¡Tres barbarismos y siete solecismos en un tema de veinticinco líneas! —<br />

contestó la voz enojada, mas vigorosa aún.<br />

—Asi ha sido hoy, señor abate, convengo en ello, pues todos los jueves son<br />

desgraciados para mí; pero si mañana mi tema estuviese bien, ¿no me<br />

perdonaríais mi torpeza de hoy, señor abate?<br />

—¡Tres años hace ya que todos los días de composición me repites la misma<br />

cosa, holgazán! Los exámenes se efectuarán en 1° de noviembre, y yo, que a<br />

ruegos de tu tía Angélica he tenido la debilidad de apuntarte como candidato a la<br />

beca, vacante ahora en el seminario de Soissons, yo tendré la vergüenza de ver<br />

que rechazan mi discípulo, y de oír por todas partes estas palabras: «Ángel Pitou<br />

es un asno. Ángelus Pitovius asinus est.»<br />

Apresurémonos a decir, en fin, para que el benévolo lector se interese desde<br />

luego por él, que Ángel Pitou, cuyo nombre acababa de latinizar el abate Fortier<br />

tan pintorescamente, es el héroe de esta historia.<br />

—¡Oh mi buen señor Fortier! ¡Oh mi querido maestro! —contestaba el escolar,<br />

desesperado.<br />

—¡Yo tu maestro! —gritó el abate, a quien este título humillaba—. A dios<br />

gracias, ya no soy tu maestro, ni tú mi discípulo; reniego de ti; ya no te conozco,<br />

y quisiera no haberte visto nunca; te prohíbo pronunciar mi nombre, y hasta<br />

saludarme. ¡Retro, desgraciado, retro!<br />

—Señor abate —insistió el desgraciado Pitou, que parecía tener grave interés en<br />

no indisponerse con su maestro—; señor abate, yo le suplico que no me retire su<br />

protección por un pobre tema mutilado.<br />

—¡Ah! —gritó el abate, fuera de sí por este último ruego y bajando los cuatro<br />

primeros escalones, mientras que por un movimiento igual Ángel Pitou<br />

franqueaba los cuatro últimos, viéndosele ya en el patio— ¡Ah! ¡Te sirves de la<br />

lógica, cuando no puedes hacer un tema; calculas los grados de mi paciencia,<br />

cuando no sabes distinguir el nominativo del régimen!<br />

—Señor abate, habéis sido tan bueno para mí —repuso el muchacho—, que<br />

bastará que digáis una palabra a monseñor el obispo que nos examina.<br />

—¡Yo, desgraciado! ¡Mentir a mi conciencia!<br />

—Si es para una buena acción, señor abate, Dios le perdonará.<br />

—¡Jamás, jamás!<br />

—Y, por otra parte, ¿quién sabe? Los examinadores no serán tal vez conmigo<br />

más severos de lo que fueron en favor de Sebastián Gilberto, mi hermano de

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