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ANGEL PITOU

Angel Pitou tercer libro sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas

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Y la reina comenzó a despojar de su traje al rey con una presteza maravillosa,<br />

para hacerle admirar su buena idea y sus altos hechos.<br />

—He aquí un espacio algo maltratado, según parece —dijo el rey, mostrando con<br />

el dedo una ligera depresión producida en una superficie de una pulgada, poco<br />

más o menos.<br />

—Es la bala de la pistola, señor.<br />

—¡Cómo! ¿Habéis disparado un pistoletazo con bala?<br />

—Ved aquí el proyectil aplastado, negro aún. ¿Creéis ahora que vuestra<br />

existencia está segura?<br />

—Sois un ángel tutelar —dijo el rey, comenzando a desabrochar lentamente el<br />

singular chaleco, para observar mejor la huella de la hoja del cuchillo y la señal<br />

de la bala.<br />

—Juzgad de mi espanto, querido rey —dijo María Antonieta—, cuando debí<br />

disparar el tiro sobre la coraza; y aun era poca cosa hacer el ruido espantoso que<br />

tanto me intimida: lo peor fue que, al hacer fuego sobre la cota destinada a<br />

protegeros, parecíame que disparaba sobre vos mismo, tanto que temía ver un<br />

agujero en las mallas, con lo cual se perdía para siempre mi trabajo, mis<br />

esfuerzos y mi esperanza.<br />

—¡Querida esposa —dijo Luis XVI, desabrochando completamente la cota—,<br />

cómo os lo agradezco!<br />

Y dejó el objeto sobre una mesa.<br />

—Y bien; ¿qué hacéis? —preguntó la reina.<br />

La reina tomó la cota, presentándola por segunda vez al rey.<br />

—No —dijo Luis XVI, con una sonrisa llena de gracia y de nobleza—, gracias.<br />

—¿Rehusáis? —exclamó la reina.<br />

—Rehuso.<br />

—¡Oh! Pero reflexionad, señor.<br />

—¡Señor!... —dijo la señora Campan con tono suplicante.<br />

—¡Pero es la salvación, es la vida!<br />

—Tal vez, tal vez —dijo el rey.<br />

—Rehusáis el auxilio que Dios mismo nos envía.<br />

—¡Basta, basta! —dijo el rey.<br />

—¡Rehusáis de veras!<br />

—Sí.<br />

—¡Pero no veis que os matarán!<br />

—Querida Antonieta, cuando los caballeros van a campaña, en este siglo XVIII,<br />

visten traje de paño, camisa y chupa, para recibir las balas; y cuando van al<br />

terreno del honor no conservan más que la camisa, lo cual es suficiente para la<br />

espada. Yo soy el primer caballero de mi reino, y no haré más ni menos que mis<br />

amigos; añadiré que allí donde ellos visten paño, sólo yo tengo derecho de llevar<br />

seda. Gracias, querida esposa; gracias, mi buena reina, gracias.<br />

—¡Ah! —exclamó María Antonieta, a la vez desesperada y contenta—. ¡Qué<br />

lástima que no le haya podido oír su ejército!<br />

En cuanto al rey, había acabado de vestirse tranquilamente, sin que, al parecer,<br />

notara el acto de heroísmo que acababa de llevar a cabo.

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