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ANGEL PITOU

Angel Pitou tercer libro sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas

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hacer durar vuestras venganzas. Veamos, decidme cuál es el objeto de vuestro<br />

cambio.<br />

—Señora, me habéis censurado hace un momento por amar demasiado mi patria.<br />

—Nunca se puede amarla demasiado, caballero, y solamente se trata de saber<br />

cómo se la ama. Yo adoro la mía —Gilberto sonrió—. ¡Oh! No hagáis una falsa<br />

interpretación, caballero: mi patria es Francia, y yo la he adoptado. Alemana por<br />

la sangre, soy francesa por el corazón, y amo a Francia por el rey, por el respeto<br />

debido a Dios, que nos ha consagrado. Decid vos ahora.<br />

—¿Yo, señora?<br />

—Sí, vos. Confesad que no pensáis lo mismo: vos amáis la Francia pura y<br />

simplemente por lo que es en sí.<br />

—Señora —contestó Gilberto inclinándose—, sería una falta de respeto a vuestra<br />

Majestad no hablar con franqueza.<br />

—¡Oh! —exclamó María Antonieta—. Espantosa época aquella en que las<br />

personas que pretenden ser honradas aíslan dos cosas que no se han separado<br />

nunca, dos principios que siempre marcharon juntos: Francia y su rey. Pero ¿no<br />

tenéis una tragedia de uno de vuestros poetas en que se pregunta a una reina<br />

abandonada del todo: ¿qué os queda? A lo cual contesta ella: «¡A mí! Yo soy<br />

como Medea; descanso, y ya veremos».<br />

Y pasó por delante de Gilberto con expresión de enojo, dejándole poseído de<br />

asombro.<br />

Acababa de levantar ante él, por el soplo de su cólera, una punta de aquel velo<br />

tras el cual se elaboraba toda la obra de la contrarrevolución.<br />

—¡Vamos! —se dijo Gilberto al entrar en la habitación de Luis XVI—. La reina<br />

medita un proyecto.<br />

—¡Vamos! —se dijo la reina al entrar en su aposento—. Decididamente no se<br />

puede hacer nada con ese hombre: tiene la fuerza y carece de la abnegación.<br />

¡Pobres príncipes! Para ellos la palabra abnegación es sinónimo de la palabra<br />

servilismo.

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