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ANGEL PITOU

Angel Pitou tercer libro sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas

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aladas alemanas, y que aquel monstruo sardónico era Gilberto, que extendía<br />

hacia ella sus dedos ganchudos.<br />

En aquel momento profirió un grito.<br />

Otro grito contestó al suyo, y este último la despertó.<br />

La señora de Tourzel era quien le había proferido. Acababa de entrar en la<br />

habitación de la reina, y, al ver a esta trastornada y como sin sentido en un sillón,<br />

no pudo reprimir el impulso de su dolor y de su sorpresa.<br />

—¡La reina está enferma! —exclamó—. ¡La reina sufre! ¿Llamaré a un médico?<br />

La reina abrió los ojos. Aquella pregunta de la señora de Tourzel parecía<br />

contestar a la de su curiosidad.<br />

—Sí, sí, un médico —contestó María Antonieta—; el doctor Gilberto. Llamad al<br />

doctor.<br />

—¿Quién es el doctor Gilberto? —preguntó la señora de Tourzel.<br />

—Un nuevo médico nombrado ayer, al llegar de América, según creo.<br />

—Ya sé a quien se refiere Su Majestad —se aventuró a decir una de las doncellas<br />

de la reina.<br />

—¿Y bien? —preguntó María Antonieta.<br />

—Que el doctor está en la antecámara del rey.<br />

—¿Le conocéis, pues?<br />

—Le conozco —contestó la dama balbuceando.<br />

—Pero ¿cómo le conocéis? ¡Llegó de América ocho o diez días hace, y hasta<br />

ayer no salió de la Bastilla!<br />

—Le conozco...<br />

—Responded. ¿De qué le conocéis? —preguntó imperiosamente la reina.<br />

La dama bajó los ojos.<br />

—Veamos; ¿podré saber, al fin, cómo le conocéis?<br />

—Señora, he leído sus obras, y, habiéndome inspirado la curiosidad de ver al<br />

autor, he deseado que me le enseñasen esta mañana.<br />

—¡Ah! —exclamó la reina con una expresión indecible dé enojo y de disimulo a<br />

la vez. ¡Ah! Está muy bien, y puesto que le conocéis decidle que estoy<br />

indispuesta y que deseo verle.<br />

Entretanto, la reina mandó entrar a sus doncellas, se puso un traje de mañana y<br />

arregló su tocado.

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