24.01.2019 Views

ANGEL PITOU

Angel Pitou tercer libro sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas

Angel Pitou tercer libro sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

—Capricho, si así lo queréis.<br />

—Ley suprema.<br />

—Es verdad. ¿Por qué no ha de ser en política como en filosofía? ¿Por qué no ha<br />

de ser permitido a los reyes convertir sus caprichos políticos en leyes supremas?<br />

—Ya llegaremos a ello, estad tranquila. En cuanto a mí, ya es otra cosa hecha —<br />

dijo el rey, como bromeando—. Sea hasta mañana.<br />

—Sí, hasta mañana —dijo la reina con tristeza.<br />

—¿Conserváis aquí al doctor, señora? —preguntó el rey.<br />

—¡Oh! No, no —exclamó con una especie de viveza que hizo sonreír a Gilberto.<br />

—Pues me le llevo.<br />

Gilberto se inclinó por tercera vez ante María Antonieta, que ahora le devolvió su<br />

saludo más bien como mujer que como reina.<br />

Y, encaminándose hacia la puerta, el doctor siguió al rey.<br />

—Me parece —dijo Luis XVI al atravesar la galería—, que estáis en buen lugar<br />

con la reina, señor Gilberto.<br />

—Señor, debo este favor a Vuestra Majestad.<br />

—¡Viva el rey! —exclamaron los cortesanos que afluían ya en las antecámaras.<br />

—¡Viva el rey! —repitió en el patio una multitud de oficiales y soldados<br />

extranjeros que se agrupaban en las puertas del palacio.<br />

Estas aclamaciones, prolongándose y aumentando, produjeron en el corazón de<br />

Luis XVI una alegría que tal vez nunca había sentido en numerosas ocasiones.<br />

En cuanto a la reina, sentada, como estaba, junto a la ventana, donde había<br />

pasado poco antes tan terribles momentos, cuando oyó los gritos de afecto y<br />

fidelidad que acogían al rey a su paso, extinguiéndose a lo lejos bajo los pórticos,<br />

no pudo menos de exclamar:<br />

—¡Oh! ¡Sí, viva el rey; y el rey vivirá a pesar tuyo, infame París! ¡Abismo<br />

odioso, abismo sangriento, no atraerás esta víctima! ¡Yo te la arrancaré, yo, y<br />

mira: tan sólo, con este brazo tan débil y tan flaco que te amenaza en este<br />

momento, condenándote a la execración del mundo y a la venganza de Dios!<br />

Al pronunciar estas palabras, con una violencia y una expresión de odio que<br />

hubiera intimidado a los más furiosos amigos de la revolución, si les hubiese sido<br />

dado ver y oír, la reina extendió en la dirección de París su débil brazo,<br />

resplandeciente bajo la blonda como una espada cuando se desnuda.<br />

Después llamó a la señora de Campan, aquella de sus damas en quien más<br />

confianza tenía, y se encerró con ella en el gabinete, ordenando que no se<br />

permitiese entrar a nadie.

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!