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ANGEL PITOU

Angel Pitou tercer libro sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas

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XXVI<br />

COMO CENÓ EL REY EL 14 DE JULIO DE 1789<br />

Por orden de María Antonieta, sirvióse al rey la cena en una mesita en el gabinete<br />

mismo de la reina.<br />

Entonces sucedió todo lo contrario de lo que esperaba la princesa. Luis XVI<br />

impuso silencio, pero fue para que no le distrajeran mientras cenaba.<br />

Mientras María Antonieta se esforzaba por reavivar el entusiasmo, el rey tragaba.<br />

A los oficiales no les pareció aquella escena gastronómica digna de un<br />

descendiente de san Luis, y formaron grupos cuyas intenciones no eran quizás<br />

tan respetuosas como lo exigían las circunstancias.<br />

La reina se puso colorada, y su impaciencia se echaba de ver en todos sus<br />

movimientos. Aquella naturaleza fina, aristocrática, nerviosa, no podía<br />

comprender semejante predominio de la materia sobre el espíritu, y acercóse al<br />

rey para atraer alrededor de la mesa a los que se apartaban de ella.<br />

—Señor, ¿no tenéis ninguna orden que dar? —le preguntó.<br />

—¡Ah, ah! —dijo el rey con la boca llena—. ¿Qué órdenes he de dar? ¿Seréis tal<br />

vez nuestra Egeria en este momento crítico?<br />

Y, al decir esto, arremetió animosamente a una perdiz trufada.<br />

—Señor —repuso la reina—, Numa era un rey pacífico; pero hoy se cree<br />

generalmente que lo que necesitamos es un rey belicoso, y que si Vuestra<br />

Majestad debe tomar modelos en la antigüedad, no pudiendo ser un Tarquino es<br />

preciso que sea un Rómulo.<br />

El rey sonrió con una tranquilidad rayana en beatitud.<br />

—Y esos señores ¿también son belicosos? —preguntó.<br />

Y se volvió al grupo de jóvenes oficiales, y su mirada, animada por el calor de la<br />

cena, pareció a los circunstantes resplandeciente de valor.<br />

—Sí, señor —contestaron to,dos a una—. Sí: pedimos la guerra.<br />

—Señores, señores —replicó el rey—; a decir verdad, me complacéis<br />

probándome que, si se ofrece la ocasión, podré contar con vosotros. Mas en este<br />

momento tengo un consejo y un estómago; el primero me aconsejará lo que debo<br />

hacer, y el segundo me aconseja lo que hago.<br />

Y se echó a reír, alargando, al oficial que le servía, su plato lleno de desperdicios<br />

para coger otro limpio.<br />

Un murmullo de estupor y de indignación pasó como un escalofrío por aquel<br />

grupo de caballeros que a una seña del rey habrían derramado por él toda su<br />

sangre.<br />

La reina volvió la cabeza y golpeó en el suelo con el pie.<br />

El príncipe de Lambescq se acercó a ella.<br />

—Señora —le dijo—, Su Majestad piensa, sin duda, como yo, que vale más<br />

esperar. Es prudencia, y, aunque no sea la mía, por desgracia, la prudencia es una<br />

virtud necesaria en los tiempos que corremos.<br />

—Sí, tenéis razón: es una virtud muy necesaria, contestó la reina mordiéndose<br />

los labios hasta hacerse sangre.

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