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ANGEL PITOU

Angel Pitou tercer libro sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas

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Ni siquiera reflexionaba que la joven había dado su corazón a otro, e Isidoro<br />

había dejado de ser objeto de sus celos. Isidoro era un señor, guapo, digno de ser<br />

amado; pero Catalina, hija del pueblo, no debía tal vez deshonrar a su familia o,<br />

por lo menos, no hubiera debido desesperar a Pitou.<br />

Y era que, cuando reflexionaba, sus pensamientos eran para él puntas muy<br />

agudas que le laceraban cruelmente.<br />

—¡Y bien! —decíase Pitou—. Catalina no ha tenido corazón, porque me ha<br />

dejado marchar, y después ni siquiera se dignó preguntar si me había muerto de<br />

hambre. ¿Qué diría el padre Billot si supiera que se abandona así a sus amigos y<br />

se descuidan de ese modo sus negocios? ¿Qué diría si supiera que, en vez de ir a<br />

vigilar el trabajo de los obreros, la administradora de la casa se ocupa en sus<br />

amores con el señor de Charny, un aristócrata? El padre Billot no diría nada:<br />

mataría a Catalina.<br />

—Siempre es algo —pensaba Pitou— tener entre manos la facilidad de<br />

semejante, venganza.<br />

Sí, pero también era muy hermoso no servirse de ella.<br />

Sin embargo, Pitou había observado ya que las buenas acciones desconocidas no<br />

aprovechan a los que las hacen.<br />

¿No sería posible conseguir que Catalina tuviese conocimiento de aquel noble<br />

proceder?<br />

¡Oh! Nada era más fácil: bastaba acercarse a Catalina algún domingo durante el<br />

baile, y decirle como por casualidad una de esas terribles palabras que revelan a<br />

los culpables que se conoce su secreto.<br />

Aunque no fuera más que ver sufrir un poco a la orgullosa joven, ¿no valía la<br />

pena hacerlo?<br />

Mas para ir al baile era preciso presentarse de modo que se pudiera competir con<br />

el elegante caballero, y no era nada aceptable para un rival ponerse en parangón<br />

con un hombre tan apuesto como Charny.<br />

Pitou, fértil en recursos, como todos aquellos que saben concentrar sus penas,<br />

halló un medio mejor que la conversación en el baile.<br />

El pabellón donde tenían sus citas Catalina y el vizconde de Charny estaba<br />

rodeado de un espeso tallar contiguo al bosque de Villers-Cotterets.<br />

Un simple foso indicaba el límite entre la propiedad del conde y la del particular.<br />

Catalina, a quien llamaban a cada instante para los negocios de la granja en los<br />

pueblos inmediatos; Catalina, que para llegar a ellos debía atravesar<br />

necesariamente el bosque; Catalina, de la que nada se podía decir mientras estaba<br />

en él, no tenía que hacer más que franquear el foso para estar en el bosque de su<br />

amante.<br />

Este punto se había elegido seguramente como el más ventajoso para refutar<br />

cualquier acusación.<br />

El pabellón dominaba tan bien el tallar, que por las aberturas oblicuas, con<br />

vidrios de color, se podía distinguir todo cuanto pasaba cerca, y la salida de aquel<br />

pabellón se disimulaba tan perfectamente por la espesura, que una persona que<br />

saliese a caballo podía trasladarse en tres saltos al bosque, es decir, a un terreno<br />

neutral.

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