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ANGEL PITOU

Angel Pitou tercer libro sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas

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—¡Oh! Sencillamente, señor Pitou, porque si vuestro protector no aparece,<br />

preciso será buscaros otro.<br />

—¿No soy acaso bueno ya para llevar las cuentas de la granja? —preguntó Pitou,<br />

exhalando un suspiro.<br />

—Al contrario, señor Ángel; es que a mí me parece que merecéis algo mejor que<br />

la contabilidad de la granja. Por la educación que habéis recibido podéis llegar a<br />

una situación más elevada.<br />

—Ignoro a qué llegaré; pero lo que sé es que no quiero llegar a nada si para ello<br />

ha de ser necesaria la protección del vizconde de Charny.<br />

—Y ¿por qué la rehusaríais? Su hermano, el conde de Charny, ocupa, según<br />

parece, una admirable posición en la corte, pues se ha casado con una amiga<br />

particular de la reina. El vizconde me ha dicho que, si pudiese agradaros, os<br />

proporcionaría una plaza en los almacenes de la sal.<br />

—Lo agradezco mucho, señorita; pero ya os he dicho que me encuentro bien<br />

donde estoy, y, a menos que vuestro padre me despida, permaneceré con vos en<br />

la granja.<br />

—Y ¿por qué diablos te había de despedir? —preguntó una voz robusta, en la<br />

que Catalina reconoció al punto, estremeciéndose, la de su padre.<br />

—Apreciable Pitou —dijo en voz baja Catalina—, os ruego que no habléis del<br />

señor de Charny.<br />

—¡Vamos, contesta! —dijo el padre Billot.<br />

—Pues... yo no sé —dijo Pitou, muy confuso—, tal vez no os parezca lo bastante<br />

instruido para seros útil.<br />

—¡Bastante instruido, tú que cuentas tan bien, y que, lees mejor que nuestro<br />

maestro de escuela, el cual cree ser, sin embargo, una notabilidad! No, Pitou:<br />

Dios es quien concede a mi casa las personas que entran, y cuando están dentro<br />

se quedan todo el tiempo que Dios quiere.<br />

Pitou volvió a la granja con esta seguridad; pero aunque fuese alguna cosa, no era<br />

lo bastante. En él se había efectuado un gran cambio desde su salida a su vuelta,<br />

porque acababa de perder una cosa que una vez perdida no se recobra ya más: era<br />

la confianza en sí mismo. Por eso Pitou, contra su costumbre, durmió muy mal.<br />

En sus momentos de insomnio, recordó el libro del doctor Gilberto, libro escrito<br />

principalmente contra la nobleza, contra los abusos de la clase privilegiada y<br />

contra la cobardía de los que se someten a ellos. Entonces parecióle a Pitou que<br />

comenzaba a comprender todas las buenas cosas que había leído por la mañana, y<br />

prometióse leer para sí solo y en voz baja, apenas amaneciese, la obra maestra de<br />

que dio lectura a todos.<br />

Pero como Pitou había dormido mal, despertó tarde. No por eso dejó de poner en<br />

ejecución su proyecto de lectura; eran las siete; el padre Billot no volvería hasta<br />

las nueve, y además, aunque volviese, no podría menos de aplaudir una<br />

ocupación recomendada por él mismo.<br />

Bajó por una escalerilla recta, y fue a sentarse en un banco, bajo la ventana de<br />

Catalina. ¿Era la casualidad la que había conducido a Pitou hasta aquel sitio, o<br />

sabía ya dónde se hallaban la ventana y el banco?<br />

El caso es que Pitou, entrando con su traje de diario, pues no se había tenido<br />

tiempo aún de reemplazarle, y que se componía de su calzón negro, de su

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