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ANGEL PITOU

Angel Pitou tercer libro sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas

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En efecto, Pitou ensucia bastante ropa, y se comprenderá muy bien si se recuerda<br />

su género de vida; pero debe añadirse, en justicia, que desgarraba más aún que<br />

ensuciaba.<br />

—¡Ah! —exclamó el doctor—. No hable usted así, señora Angélica. ¡La que<br />

practica tan bien la caridad cristiana hacer semejantes cálculos tratándose de un<br />

sobrino y ahijado!<br />

—Sin contar el cosido de la ropa —exclamó arrebatadamente la señora Angélica,<br />

que recordaba haber visto a su hermana Magdalena remendar no pocas chaquetas<br />

y rodilleras en los calzones de su sobrino.<br />

—De modo que —dijo el doctor—, ¿rehusáis admitir a vuestro sobrino en casa, y<br />

consentís en que el huérfano rechazado por su tía vaya a pedir limosna a las<br />

puertas de casas extrañas?<br />

La solterona, por avara que fuese, comprendió que naturalmente recaería sobre<br />

ella todo lo odioso de semejante conducta si, por su negativa de recibir a su<br />

sobrino, éste último se viera obligado a semejante extremo.<br />

—No —dijo—; me encargaré del muchacho.<br />

—¡Ah! —exclamó el doctor, complacido de encontrar un buen sentimiento en<br />

aquel corazón que él creía del todo seco.<br />

—Sí —continuó la solterona—; yo le recomendaré a los Agustinos de Bourg-<br />

Fontaine, y entrará en su establecimiento como hermano criado.<br />

Ya hemos dicho que el doctor era filósofo, y bien se sabe cuál era el valor de la<br />

palabra filosofía en aquella época.<br />

Resolvió, pues, arrancar un neófito a los Agustinos, y esto con tanto celo como el<br />

que hubieran demostrado aquéllos para arrancar un adepto a los filósofos.<br />

—Pues bien —replicó, introduciendo la mano en su profundo bolsillo—, puesto<br />

que estáis en tan precaria situación, apreciable señora Angélica, viéndoos<br />

obligada, por falta de recursos personales, a recomendar a vuestro sobrino a la<br />

caridad de otros, buscaré persona que pueda aplicar más eficazmente que vos la<br />

suma que destinaba al pobre huérfano para su manutención y demás necesidades.<br />

Debo regresar a América, y antes de mi marcha dejaré a vuestro sobrino Pitou<br />

como aprendiz en casa de algún carpintero o carretero, pudiendo él mismo elegir,<br />

según su vocación. Durante mi ausencia crecerá, y a mi vuelta será ya bastante<br />

inteligente en el oficio, en cuyo caso veré qué se puede hacer por él; ¡Vamos,<br />

pobre muchacho! —continuó, haciendo entre ella y él la señal de una separación<br />

eterna.<br />

Aun no había concluido de hablar el doctor, cuando ya Pitou se precipitaba hacia<br />

la venerable solterona con sus dos brazos extendidos: le urgía, en efecto, abrazar<br />

a la señora Angélica; pero a condición de que este abrazo fuera entre ella y él la<br />

señal de una separación eterna.<br />

Pero al oír la palabra suma, al notar el ademán del doctor, que introducía la mano<br />

en el bolsillo, y al percibir el sonido argentino que aquella mano produjo<br />

incontinenti entre los escudos de plata, cuyo número se podía calcular por la<br />

tensión del bolsillo del traje, la solterona sintió subir hasta su corazón el calor de<br />

la codicia.<br />

—¡Ah! —exclamó—. Apreciable señor Gilberto, bien sabe usted una cosa.<br />

—¿Cuál? —preguntó el doctor.

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