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ANGEL PITOU

Angel Pitou tercer libro sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas

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Porque el joven, impulsado por la duda, esa primera mitad de los celos, no era ya<br />

un bípedo: Pitou parecía ser una de esas máquinas aladas, como Dédalo en<br />

particular, que los grandes mecánicos de la antigüedad soñaron tan bien y<br />

ejecutaron tan mal.<br />

Se parecía en un todo a uno de esos monigotes de paja de largos y delgados<br />

brazos que el viento hace girar en los escaparates de los vendedores de juguetes<br />

de niños.<br />

Brazos, piernas y cabezas se mueven; todo da vueltas y todo vuela.<br />

Las piernas inmensas de Pitou trazaban ángulos de cinco pies de anchura; sus<br />

manos, semejantes a dos grandes paletas que tuvieran por mango un palo,<br />

hendían el aire como remos; su cabeza, toda ella boca, y su nariz, toda ojos,<br />

absorbían el aire, devolviéndolo en ruidosos resoplidos.<br />

Ningún caballo había tenido tanta rabia por correr.<br />

A ningún león le habría animado aquella voluntad feroz de alcanzar su presa.<br />

Pitou debía recorrer más de media legua cuando divisó a Catalina; pero cuando la<br />

joven hubo franqueado la mitad de esta distancia, él la anduvo toda; de modo que<br />

su carrera había tenido doble rapidez que la de un caballo al trote.<br />

Al fin, alcanzó una línea paralela a la suya.<br />

Pitou no seguía ya a Catalina tan sólo para verla, sino para vigilarla.<br />

La joven había mentido. ¿Con qué objeto?<br />

No importaba: para recobrar sobre ella cierta superioridad era preciso<br />

sorprenderla en flagrante delito de mentira. Pitou penetró de cabeza entre los<br />

helechos y los espinos, rompiendo los obstáculos con su casco, y sirviéndose de<br />

su sable en caso necesario.<br />

Sin embargo, como Catalina iba ahora al paso, de vez en cuando el ruido de las<br />

ramas rotas llegaba hasta ella, y hacía enderezar las orejas al caballo, mientras<br />

que su ama escuchaba atenta.<br />

Entonces Pitou, que no perdía de vista a la joven, deteníase para tomar aliento,<br />

desvaneciendo así toda sospecha.<br />

Sin embargo, esto no podía durar, y, por lo tanto, no duró.<br />

Pitou oyó de pronto relinchar al caballo de Catalina, y al punto le contestó otro<br />

relincho.<br />

Aún no se podía ver el segundo caballo; pero, cualquiera que fuese, Catalina<br />

hostigó a Cadet con su varita de boj, y el caballo, que había relinchado un<br />

instante, emprendió el trote largo.<br />

Al cabo de cinco minutos, gracias a esta mayor velocidad, la joven se había<br />

reunido con un jinete, que llegaba a su encuentro con tanta prisa como la que ella<br />

había tenido para llegar.<br />

El movimiento de Catalina había sido tan rápido e inesperado, que el pobre Pitou<br />

permaneció inmóvil, de pie en el mismo sitio, empinándose para ver más lejos.<br />

Sin embargo, había mucha distancia.<br />

Pero si el mozo no pudo ver, sintió como una conmoción eléctrica al observar la<br />

alegría y el rubor de la joven, el estremecimiento que agitó todo su cuerpo, y la<br />

viveza de sus ojos, tan dulces y serenos de ordinario y tan brillantes en aquel<br />

momento.

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