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ANGEL PITOU

Angel Pitou tercer libro sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas

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presenten diez mil hombres por los Campos Elíseos, otros diez mil por la barrera<br />

del Infierno, otros tantos por la calle de San Martín y otros tantos por la Bastilla;<br />

que París sufra el fuego de fusilería por los cuatro puntos cardinales, y París no<br />

resistirá veinticuatro horas.<br />

—Gracias a Dios que hay uno que se explica francamente; ése es un plan preciso.<br />

¿Qué os parece, señor de Lambescq?<br />

—Me parece que el señor teniente de húsares es un general perfecto —contestó<br />

desdeñosamente el príncipe.<br />

—Por lo menos —replicó la reina, viendo que el joven oficial palidecía de<br />

cólera—, por lo menos es un soldado que no pierde la esperanza.<br />

—Gracias, señora —dijo el oficial inclinándose—. Ignoro lo que decidirá<br />

Vuestra Majestad; pero le suplico que me cuente en el número de los que están<br />

prontos a morir por su reina, en lo cual, podéis creerlo, no hago más que lo que<br />

cuarenta mil soldados están dispuestos a hacer, sin contar a nuestros jefes.<br />

Y, al decir esto, el joven saludó cortesmente al príncipe que casi le había<br />

insultado.<br />

Esta cortesía chocó a la reina mucho más que las protestas de abnegación que la<br />

habían precedido.<br />

—Caballero, ¿cómo os llamáis? —preguntó al joven oficial.<br />

—Soy el barón de Charny, señora —contestó inclinándose.<br />

—¡De Charny! —exclamó María Antonieta sonrojándose, a pesar suyo—.<br />

¿Acaso sois pariente del conde de Charny?<br />

—Soy hermano suyo.<br />

Y el joven hizo una graciosa reverencia más profunda aún que la anterior.<br />

—A las primeras palabras que habéis pronunciado —dijo la reina<br />

sobreponiéndose a su turbación—, habría debido conocer que erais uno de mis<br />

más fieles servidores. Gracias, barón; pero ¿cómo es que os veo en la corte por<br />

vez primera?<br />

—Señora, mi hermano mayor, que reemplaza a nuestro padre, me ha ordenado<br />

que no me aparte del regimiento, y, desde hace siete años que tengo el honor de<br />

servir en los ejércitos del rey, no he venido más que dos veces a Versalles.<br />

La reina fijó una insistente mirada en el rostro del joven.<br />

—Os parecéis a vuestro hermano —le dijo—. Le reñiré por haber dado lugar a<br />

que os presentarais por vos mismo en la corte.<br />

Y la reina se volvió a su amiga la condesa, que no había salido de su<br />

inmovilidad durante toda esta escena.<br />

Pero no sucedía lo mismo con los demás circunstantes. Los oficiales, electrizados<br />

por la acogida que la reina acababa de dispensar a su compañero, exageraban a<br />

porfía su entusiasmo por la causa real, y cada grupo prorrumpía en frases de un<br />

heroísmo capaz de dominar la Francia entera.<br />

María Antonieta se aprovechó de estas disposiciones que halagaban<br />

indudablemente su pensamiento oculto.<br />

Prefería luchar a soportar, morir a ceder. Por esto desde las primeras noticias<br />

recibidas de París, resolvió oponer una tenaz resistencia a aquel espíritu de<br />

rebelión que amenazaba aniquilar todas las prerrogativas de la sociedad francesa.

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