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ANGEL PITOU

Angel Pitou tercer libro sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas

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—¿Por qué llevas ese casco? —preguntó la Billot.<br />

—Es un trofeo —dijo Pitou.<br />

—¿Qué significa un trofeo, amigo mío? —preguntó la buena mujer.<br />

—¡Ah! Es verdad, señora —dijo el joven con una sonrisa protectora—; vos no<br />

podéis saber lo que es un trofeo. El trofeo significa que se ha vencido a un<br />

enemigo, señora Billot.<br />

—Y ¿tú has vencido a un enemigo, Pitou?<br />

—¡Uno? —replicó el joven con desdén—. ¡Ah, mi buena señora! ¿No sabéis que<br />

hemos tomado la Bastilla entre mi amo y yo?<br />

Estas palabras mágicas electrizaron al auditorio.<br />

Y Pitou sintió el hálito de los asistentes sobre sus cabellos, viendo que las manos<br />

de todos querían coger el respaldo de su silla.<br />

—Cuenta, cuenta algo de lo que nuestro hombre ha hecho —dijo la señora Billot,<br />

muy engreída y temblorosa al mismo tiempo.<br />

Pitou miró otra vez para ver si Catalina llegaba; pero ésta no aparecía.<br />

Y entonces juzgó ofensivo que la señorita Billot no abandonase su ropa para oír<br />

noticias tan frescas, traídas por semejante correo.<br />

Movió la cabeza, y comenzó a estar descontento.<br />

—Es cosa muy larga de referir —dijo.<br />

—Y ¿acaso tienes ganas de comer? —preguntó la señora Billot.<br />

—Puede ser muy bien.<br />

—¿Y sed?<br />

—No digo que no.<br />

En el mismo instante, criados y criadas se apresuraron a servir al viajero; de<br />

modo que Pitou tuvo al punto bajo sus manos el jarro del vino, pan, carne y<br />

frutas de todas clases, tanto que ni tuvo tiempo para reflexionar sobre el alcance<br />

de su demanda.<br />

Pitou tenía buen diente, como suele decirse, o, más bien, digería pronto; mas, por<br />

rápidamente que lo hiciera, aún no podía haber digerido el gallo de la tía<br />

Angélica, cuyo último bocado no hacía aún media hora que había pasado por su<br />

gaznate.<br />

Lo que había pedido no le permitió, pues, ganar todo el tiempo que esperaba, por<br />

lo rápidamente que le sirvieron.<br />

Vio que era preciso hacer un esfuerzo superior, y comenzó a comer.<br />

Mas, por mucha que fuese su buena voluntad de continuar, al cabo de un instante<br />

debió detenerse.<br />

—¿Qué tienes? —preguntó la señora Billot.<br />

—¡Diantre! Tengo que...<br />

—Que traigan de beber a Pitou.<br />

—Aquí tengo sidra, señora.<br />

—Pero tal vez prefieras un vaso de aguardiente.<br />

—¿Aguardiente?<br />

—Sí. ¿No te has acostumbrado a beberlo en París?<br />

La buena mujer suponía que, durante sus doce días de ausencia, Pitou habría<br />

tenido tiempo de pervertirse.<br />

Pitou rechazó orgullosamente la suposición.

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