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ANGEL PITOU

Angel Pitou tercer libro sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas

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La guardia del Ayuntamiento quería salvar al infeliz, y servíase de todas sus<br />

fuerzas; pero hacía algún tiempo, según se ha visto, que el resultado secundaba<br />

mal sus filantrópicas disposiciones.<br />

Las mujeres se precipitaron contra aquella guardia diseminándola, penetraron en<br />

la Casa Ayuntamiento y comenzó el saqueo.<br />

Querían arrojar al Sena cuanto encontraran, y quemar en el sitio lo que no<br />

pudieran llevarse.<br />

Asi, pues, los hombres al agua, y las mujeres al fuego.<br />

La tarea era ímproba.<br />

En la Casa Ayuntamiento había un poco de todo.<br />

Primeramente trescientos electores.<br />

Además, los tenientes alcaldes.<br />

Y luego los alcaldes.<br />

—Será operación muy larga arrojar al agua a toda esa gente —dijo una mujer de<br />

criterio que tenía prisa.<br />

—Pues no dejan de merecerlo —repuso otra.<br />

—Sí, pero falta tiempo.<br />

—¡Pues bien: quemémoslo todo! —dijo una voz—. Esto es lo más sencillo.<br />

Se buscaron hachas y se pidió fuego. Después, provisionalmente, y para no<br />

perder tiempo, entretuviéronse en ahorcar a un abate, el abate Lefevre<br />

d'Ormesson.<br />

Por fortuna, el hombre de la casaca gris se hallaba allí; y como cortase la cuerda,<br />

el abate cayó desde una altura de tres metros, dislocóse un pie y se alejó<br />

cojeando, en medio de las risas de todas aquellas furiosas mujeres.<br />

Lo que favoreció la retirada del sacerdote tan tranquilamente fue que las hachas<br />

estaban encendidas ya y en las manos de las incendiarias. Acercábanlas a los<br />

archivos, y dentro de diez minutos todo ardería.<br />

De repente, el hombre de la casaca gris se precipita y arranca restos de hachas de<br />

las manos de las mujeres. Éstas se resisten, pero el hombre las azota con ellos; y<br />

mientras que el fuego prende en los vestidos, apaga el que comenzaba en los<br />

papeles.<br />

¿Quién es aquel hombre que se opone así a la voluntad terrible de diez mil<br />

mujeres furiosas?<br />

¿Por qué se dejan dominar por aquel hombre? Se acaba de ahorcar a medias al<br />

abate Lefevre, y bien se podrá ahorcar del todo al que se opone a sus voluntades.<br />

Por este razonamiento se produjo un clamoreo frenético, que amenazó con la<br />

muerte al hombre, y a esto se siguen los hechos.<br />

Las mujeres rodean al de la casaca gris y le arrojan una cuerda al cuello.<br />

Pero Billot acude al punto, y Billot prestará a Maillard el servicio que éste<br />

dispensó al abate.<br />

Se coge a la cuerda, la corta en dos o tres sitios con un cuchillo muy afilado, que<br />

sirve a su propietario para cortar cuerdas, pero que en un momento de apuro,<br />

empuñado por un brazo vigoroso, se puede utilizar para algo más.<br />

Y mientras Billot se ocupa en esto, haciendo de la cuerda tantos pedazos como<br />

puede, exclama:

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