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ANGEL PITOU

Angel Pitou tercer libro sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas

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primer puente levadizo, y, en medio de la metralla que silbaba sobre el techo,<br />

rompe las cadenas y deja caer el puente.<br />

Durante el cuarto de hora que duró esta empresa casi insensata, la muchedumbre<br />

se detuvo anhelante. A cada detonación esperaba ver rodar al arrojado obrero. La<br />

multitud se olvidaba del peligro que ella misma corría para no pensar sino en el<br />

que, amenazaba a aquel hombre. Cuando vio caer el puente, lanzó un gran grito y<br />

se precipitó al primer patio.<br />

Fue tan rápido el movimiento, tan impetuoso, tan irresistible, que no pudieron<br />

oponer obstáculo.<br />

Los gritos de un júbilo frenético anunciaron a de Launay esta primera ventaja.<br />

Ni siquiera se hizo caso de un hombre que había perecido aplastado bajo aquella<br />

masa de madera.<br />

Entonces los cuatro cañones que el gobernador habla enseñado a Billot,<br />

disparados a la vez con formidable estampido, barrieron todo aquel primer patio.<br />

El huracán de hierro dejó trazado en la multitud un largo surco de sangre; diez o<br />

doce muertos y quince o veinte heridos quedaron en el sitio por donde pasó la<br />

metralla.<br />

Billot se deslizó desde el techo del cuerpo de guardia al suelo, y se encontró con<br />

Pitou que había llegado allí sin saber como. Pitou tiene la mirada perspicaz; es la<br />

costumbre del cazador furtivo. Ha visto que los artilleros acercan la mecha al<br />

oído del cañón, y cogiendo a Billot por el faldón del chaquetón le ha hechado<br />

vivamente hacia atrás. Un ángulo de la muralla los ha puesto a ambos a cubierto<br />

de aquella primera descarga.<br />

Desde aquel momento la cosa iba poniéndose seria: el tumulto era espantoso; la<br />

refriega, mortal; diez mil tiros resonaron a la vez alrededor de la Bastilla, más<br />

peligrosos para los sitiadores que para los sitiados. Por último, un cañón, servido<br />

por los guardias franceses, vino a aumentar con su estampido el fragor de aquella<br />

descarga cerrada.<br />

Ruido espantoso que embriagó a la multitud y que asustó también a los sitiados,<br />

que, al contarse, comprenden que jamás podrán hacer ellos un ruido semejante al<br />

que los atronaba.<br />

Los oficiales de la Bastilla conocen instintivamente que sus soldados cejan; y,<br />

cogiendo fusiles, se ponen a su vez a hacer fuego.<br />

En medio de aquel estruendo de artillería y fusilería, y de los alaridos de la<br />

muchedumbre, en el momento en que el pueblo se precipita para recoger de<br />

nuevo los muertos y convertir en arma aquellos cadáveres que pedirán venganza<br />

por la boca de sus heridas, aparece a la entrada del primer patio un grupo de<br />

hombres pacíficos y desarmados que, atravesando por entre el gentío, avanzan<br />

dispuestos a sacrificar su vida, protegida solamente por la bandera blanca que les<br />

precede y que indica que son parlamentarios.<br />

En efecto: era una comisión de la Casa Ayuntamiento; los electores sabían que se<br />

habían roto las hostilidades; querían poner término a la efusión de sangre y<br />

obligaron a Flesselles a hacer nuevas proposiciones al gobernador.<br />

Estos comisionados iban, en nombre de la ciudad, a intimar a de Launay y que<br />

mandara cesar el fuego y que accediese a admitir en la fortaleza cien hombres de

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