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ANGEL PITOU

Angel Pitou tercer libro sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas

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Se había situado en un rincón, en el paso del primer puente levadizo al segundo,<br />

una especie de parapeto vertical, formado por saledizos de piedra; su cabeza<br />

estaba resguardada por una de estas piedras y su vientre por otra; sus rodillas por<br />

una tercera, y celebraba que la naturaleza y el arte de las fortificaciones se<br />

hubieran combinado tan agradablemente que hubiese hallado una piedra para<br />

preservar cada uno de los puntos en que una herida podía ser mortal.<br />

Desde su rincón, donde se había agazapado, como una liebre en su madriguera,<br />

disparaba de vez en cuando el fusil, para descargo de su conciencia, porque no<br />

tenía enfrente más que piedras y pedazos de madera; pero esto debía gustarle<br />

mucho al tío Billot, que le gritaba:<br />

—¡Tira, perezoso, tira!<br />

Y él, a su vez, interpelando al tío Billot para calmar su ardor, en lugar de<br />

excitarle, le gritaba:<br />

—No os pongáis tan al descubierto. O bien:<br />

—Cuidado, señor Billot, retiraos: mirad que el cañón os dispara; mirad que el<br />

perro de la gaita ladra.<br />

Y no bien pronunciaba Pitou estas palabras llenas de previsión, estallaba el<br />

fuego de cañón o de fusilería, y la metralla barría el paso.<br />

A pesar de todas estas advertencias, Billot hacía prodigios de valor, pero todo en<br />

vano. No pudiendo derramar su sangre, y a la verdad no por culpa suya,<br />

derramaba a mares su sudor.<br />

Dies veces le cogió Pitou por el faldón de su casaca, y a pesar suyo le tumbó en<br />

el suelo, precisamente en el momento en que una descarga le hubiera destrozado.<br />

.<br />

Pero Billot se levantaba siempre, no sólo como Anteo, más fuerte que antes, sino<br />

con una idea nueva.<br />

Ocurriósele una vez ir a cortar las vigas que sujetaban las cadenas en el tablero<br />

mismo del puente, como ya lo había hecho.<br />

Entonces Pitou prorrumpió en alaridos para detener al colono; mas, viendo que<br />

eran inútiles, se lanzaba fuera de su abrigo, diciendo:<br />

—Señor Billot: mirad que, si os matan, la señora Billot quedará viuda.<br />

Los suizos asomaron oblicuamente los cañones de sus fusiles por la tronera de la<br />

gaita, para apuntar al temerario que intentaba destrozar el puente.<br />

Otras veces, Billot gritaba para que acercaran el cañón de los guardias franceses,<br />

con objeto de destruir el puente; pero entonces la gaita tocaba, los artilleros<br />

retrocedían y Billot se quedaba solo para cargar y disparar la pieza, lo cual era<br />

causa que Pitou volviera a salir de su refugio.<br />

—Señor Billot —gritaba—, señor Billot: pensad que, si os matan, la señorita<br />

Catalina se quedará huérfana.<br />

Y Billot cedía a esta observación, que, al parecer, le causaba más impresión que<br />

la primera.<br />

Por último, la fecunda imaginación del colono concibió una nueva idea.<br />

Corrió a la plaza, gritando: —¡Una carreta! ¡Una carreta!<br />

Pitou reflexionó que lo que era bueno de por sí debiera ser mejor duplicándolo, y<br />

siguió a Billot, gritando:<br />

—¡Dos carretas! ¡Dos carretas!

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