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ANGEL PITOU

Angel Pitou tercer libro sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas

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LXI<br />

LO QUE DECIDE A <strong>PITOU</strong> A DEJAR LA GRANJA PARA VOLVER<br />

A HARAMONT, SU ÚNICA Y VERDADERA PATRIA<br />

Sin embargo, la madre Billot, conformándose con las funciones de primera<br />

criada, había vuelto a ocuparse en su trabajo sin afectación, sin amargura, y de la<br />

mejor voluntad; de modo que el movimiento interrumpido un instante en la<br />

jerarquía agrícola comenzaba a parecerse de nuevo al interior de una colmena,<br />

por su actividad y su afanoso trabajo.<br />

Mientras que se preparaba el caballo de Catalina, ésta entró, miró de reojo a<br />

Pitou, que permanecía inmóvil, pero cuya cabeza giró como una veleta, para<br />

seguir el movimiento de la joven, hasta que ésta desapareció en su habitación.<br />

—¿Qué tendrá que hacer en su aposento? —se preguntó Pitou.<br />

¡Pobre muchacho! Catalina iba a ponerse una gorrita blanca y unas medias más<br />

finas.<br />

Después, cuando se hubo arreglado y oyó que su caballo piafaba a la puerta,<br />

salió, abrazó a su madre y púsose en marcha.<br />

Pitou, desocupado y nada tranquilo, con la mirada indiferente y, en parte,<br />

misericordiosa que Catalina le había dirigido al salir, no pudo resolverse a<br />

permanecer así perplejo.<br />

Desde que Ángel Pitou había vuelto a ver a la joven parecíale que la vida de ésta<br />

le era de todo punto necesaria.<br />

Y, además, en el fondo de aquel espíritu pesado y algo dormido agitábase algo<br />

como una sospecha con la monótona regularidad de la péndola de un reloj.<br />

Es propio de las almas ingenuas verlo todo por grados iguales. Esas naturalezas<br />

perezosas no son menos sensibles que las demás, pero sienten y no analizan.<br />

El análisis es la costumbre de gozar y sufrir. Es preciso haberse acostumbrado a<br />

las sensaciones para ver su fermentación en el fondo de ese abismo que se llama<br />

corazón humano.<br />

No hay ancianos ingenuos.<br />

Cuando Pitou hubo oído el paso del caballo que se alejaba, corrió hacia la puerta,<br />

y entonces vio a Catalina siguiendo un sendero de travesía que se prolongaba<br />

desde la granja al camino grande de La Ferté-Milon, desembocando al pie de una<br />

pequeña montaña, cuya cima se pierde en el bosque.<br />

Desde el umbral de aquella puerta envió a la linda joven un adiós lleno de<br />

sentimiento y de humildad.<br />

Mas, apenas se lo hubo enviado con la mano y el corazón, Pitou reflexionó una<br />

cosa.<br />

Catalina podía prohibirle que la acompañase; pero no impedirle que la siguiese.<br />

Bueno que la joven hubiese dicho a Pitou que no quería verle; pero no podía<br />

prohibirle que la mirase.<br />

Pitou pensó, pues, que, no teniendo qué hacer, nada en el mundo se oponía a<br />

recorrer en el bosque el camino que Catalina debía franquear; y de este modo, sin<br />

ser visto, la vería desde lejos a través de los árboles.

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