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ANGEL PITOU

Angel Pitou tercer libro sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas

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—Y ¿cuántos sois?<br />

—Treinta y dos.<br />

—¿De modo que faltan veintiocho fusiles?<br />

—Que nunca tendremos —dijo la voz de antes, que era la de un hombre grueso,<br />

de rostro pálido.<br />

—¡Ah! —exclamó Pitou—. Ya veremos eso, Bonifacio.<br />

—¿Cómo?<br />

—Sí: es preciso saber, como yo sé.<br />

—Y ¿qué sabes?<br />

—Sé dónde se han de buscar.<br />

—¿Buscar?<br />

—Sí. El pueblo de París no tenía armas tampoco; pero el señor Marat, médico tan<br />

sabio como feo, dijo al pueblo dónde había armas; el pueblo fue adonde el señor<br />

Marat indicó, y las encontró.<br />

—Y ¿adonde dijo el señor Marat que fueran? —preguntó Maniquet.<br />

—A los Inválidos.<br />

—Sí; pero en Haramont no tenemos Inválidos<br />

—Yo conozco un sitio donde hay más de cien fusiles —dijo Pitou.<br />

—¿Dónde?<br />

—En una de las salas del colegio del abate Fortier<br />

—¿El abate Fortier tiene cien fusiles? ¿Acaso quiere armar a sus niños de coro<br />

ese galopín? —preguntó Claudio Tellier.<br />

Pitou no profesaba mucho afecto al abate Fortier; pero aquella injuria contra su<br />

antiguo profesor le resintió profundamente.<br />

—¡Claudio! —exclamó—. ¡Claudio!<br />

—Y bien, ¿qué?<br />

—Yo no he dicho que los fusiles fueran del abate Fortier.<br />

—Si están en su casa, suyos son.<br />

—Ese dilema es falso, Claudio. Yo estoy en la casa de Bastían Godinet, y, sin<br />

embargo, esta casa no es mía.<br />

—Es verdad —dijo Bastian, contestando, sin que Pitou tuviera necesidad de<br />

hacerlo.<br />

—Los fusiles, pues, no son del abate Fortier —dijo Pitou.<br />

—Pues ¿a quién pertenecen?<br />

—Al distrito.<br />

—Si son del distrito, ¿por qué están en casa del abate?<br />

—Están allí porque la casa del abate se halla en el distrito, que le permite<br />

ocuparla en recompensa de que dice la misa e instruye gratis a los hijos de los<br />

ciudadanos pobres. Ahora bien: puesto que la casa del abate pertenece al distrito,<br />

este último tiene derecho para reservar en el edificio que le pertenece un<br />

aposento donde poner sus fusiles.<br />

—¡Es verdad! —dijeron los oyentes—. El distrito tiene derecho para eso.<br />

—Pues bien: sepamos ahora cómo haremos para adquirir esos fusiles.<br />

Esta pregunta apuró un poco a Pitou, que se rascó la oreja.<br />

—Vamos, contesta—dijo otra voz—. Es preciso que vayamos a trabajar.<br />

Pitou respiró. El último interlocutor acababa de proporcionarle una salida.

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