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ANGEL PITOU

Angel Pitou tercer libro sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas

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—Permitidme que recuerde una cosa que hace largo rato estoy olvidando, y es<br />

que semejantes cuestiones no deben tratarse al aire libre, en un parque donde<br />

cualquiera puede oírnos.<br />

—Señora —replicó Gilberto—, estoy en vuestra casa, y sois vos, y no yo, la que<br />

habéis elegido el sitio en donde estamos hablando. ¿Qué queréis? Estoy a<br />

vuestras órdenes.<br />

—Quiero que me hagáis la merced de acabar esta conversación en mi gabinete.<br />

—¡Ah, ah! —dijo Gilberto para sí—. Si no temiera ponerla en un apuro, le<br />

preguntaría si su gabinete está en Bruselas.<br />

Pero sin preguntar nada se contentó con seguir a la baronesa, que echó a andar<br />

muy deprisa hacia el palacio. Delante de la fachada encontraron al mismo lacayo<br />

que había recibido a Gilberto. Madame de Stael le hizo una seña, y, abriendo las<br />

puertas ella misma, le condujo a su gabinete, elegante habitación, más masculina<br />

que femenina y cuya segunda puerta, así como dos ventanas, daban a un<br />

jardinillo, inaccesible no sólo a las personas, sino también a las miradas extrañas.<br />

Llegados allí, madame de Stael cerró la puerta y, volviéndose a Gilberto, le dijo:<br />

—Caballero: en nombre de la humanidad os ruego que me digáis cuál es ese<br />

secreto importante para mi padre que os ha hecho venir a Saint-Ouen.<br />

—Si vuestro padre pudiera oírme desde aquí —contestó el doctor—, si pudiera<br />

saber que soy el hombre que ha enviado al rey las Memorias secretas tituladas:<br />

De la situación de las ideas y del progreso, estoy seguro de que el barón de<br />

Necker se presentaría de pronto y me diría: «Doctor Gilberto, ¿qué me queréis?<br />

Hablad, os escucho». Aun no había acabado de pronunciar estas palabras, cuando<br />

se abrió sin ruido una puerta secreta pintada por Vanloo, y el barón de Necker<br />

apareció sonriendo al pie de una escalerilla de caracol en la parte superior de la<br />

cual se veía brillar la luz de una linterna sorda.<br />

Entonces la baronesa de Stael hizo un saludo a Gilberto, y, besando a su padre en<br />

la frente, se retiró por donde éste había entrado, subió la escalera y cerró la<br />

puerta.<br />

Necker se acercó a Gilberto y le alargó la mano diciéndole:<br />

—Aquí me tenéis, caballero. ¿Qué me queréis? Os escucho.<br />

Ambos se sentaron.<br />

—Señor barón —dijo el doctor—, acabáis de oír un secreto que os revela todos<br />

mis planes. Yo soy quien, hará cuatro años, hice llegar a manos del rey una<br />

Memoria sobre el estado general de Europa; y quien, desde entonces, le he ido<br />

enviando desde los Estados Unidos las diferentes Memorias que he recibido<br />

sobre todas las cuestiones de conciliación y de administración surgidas en<br />

Francia.<br />

—Memorias de las que Su Majestad me ha hablado siempre con tanta admiración<br />

como terror —contestó el señor de Necker inclinándose.<br />

—Sí, porque decían la verdad, y entonces causaba terror oír la verdad, como hoy,<br />

que es ya un hecho, causa más terror todavía.<br />

—Es incontestable —respondió Necker.<br />

—¿Y el rey os ha comunicado esas Memorias? —No todas; dos solamente; una<br />

de ellas sobre hacienda, en las que erais de mí misma opinión con poca<br />

diferencia.

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