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ANGEL PITOU

Angel Pitou tercer libro sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas

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La madre Billot había examinado de una ojeada a Pitou en todo su conjunto, y<br />

preguntábase por qué llevaría calzado de aldeano con un casco tan brillante,<br />

observación que la inclinaba, en sus suposiciones, tanto a sospechar como a tener<br />

esperanzas.<br />

El soldado, fuera quien fuese, entró en la cocina.<br />

La madre Billot dio dos pasos hacia el recién venido, y Pitou, para no ser menos<br />

cortés, se quitó el casco.<br />

—¡Angel Pitou! —exclamó la buena mujer—. ¡Ángel aquí!<br />

—Buenos días, madre Billot —contestó Pitou.<br />

—¡Ángel! ¡Oh, Dios mío! ¡Quién te hubiera adivinado! ¿Estás en el servicio?<br />

—¡Oh! ¡En el servicio! —exclamó Pitou, sonriendo con aire de superioridad.<br />

Y miró a su alrededor, buscando lo que no veía.<br />

La madre Billot sonrió, y adivinando la causa de las miradas de Pitou, preguntóle<br />

sencillamente:<br />

—Buscas a Catalina, ¿eh?<br />

—Para saludarla, sí señora Billot —contestó el joven.<br />

—Está secando la ropa. Vamos, siéntate, mírame y habíame.<br />

—Con mucho gusto —dijo Pitou—. Buenos días, buenos días, buenos días,<br />

señora Billot.<br />

Y Pitou tomó una silla.<br />

Alrededor de él se agruparon, en las puertas y en las escaleras, todos los criados<br />

de la granja, atraídos por el relato de aquel mozo de cuadra.<br />

Y a cada noticia se prestaba atento oído y oíase cuchichear.<br />

—¿Es Pitou?<br />

—Sí, él es.<br />

—¡Bah!<br />

Pitou paseó una benévola mirada sobre todos sus antiguos compañeros, y su<br />

sonrisa fue una caricia para los más.<br />

—Y ¿tú vienes de París, Ángel? —continuó la dueña de la casa.<br />

—Directamente, señora Billot.<br />

—¿Cómo sigue tu amo?<br />

—Muy bien, señora.<br />

—Y ¿cómo está París?<br />

—Muy mal.<br />

—¡Ah!<br />

Y el círculo de los oyentes se estrechó.<br />

—¿Y el rey? —preguntó la madre Billot.<br />

Pitou movió la cabeza, produciendo con la lengua un chasquido muy humillante<br />

para la monarquía.<br />

—¿Y la reina?<br />

Esta vez Pitou no contestó absolutamente nada.<br />

—¡Oh! —exclamó la dueña.<br />

—¡Oh! —repitieron todos los oyentes.<br />

—Vamos, continúa, Pitou —dijo la madre Billot.<br />

—¡Pardiez! Interrogadme —repuso el joven, que tenía empeño en no decir todo<br />

lo más interesante en ausencia de Catalina:

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